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Los paraguas no existen (Parte 2), Harold Paredes Olivo

Los paraguas no existen para quienes tienen el corazón petrificado. Esas almas que van dando pasos con sus cuerpos vivos o muertos dejarán un inolvidable legado

He marchado, y no hablo como aventurero, salí sin ser el primero. Sin embargo, no puedo callar lo que ignora el mundo entero; esta situación se salió de las manos. Si ayer a la voz de Bolívar y otros próceres todos éramos hermanos, ¿qué dirían los centauros, si estuvieran mirándonos? Los disparos, esos que matan por encargo; y esas palabras que separan la sangre que no es valorada por totalitarios. Corazón sureño, no enmudezcas más, así te quieran hacer creer que los paraguas no existen en este segundo vital, que un éxodo no existe en tu ciudad natal.
¡Qué inflación tan descomunal!
Ellos partieron de su nación para poder soñar, para poder dormir y comer en paz. El alma está sangrando, las venas están quedando vacías, y las fuerzas no son las mismas para cruzar fronteras ni para avanzar otro día. Y el cinismo afirma que en el país no hay hambre, que eso que se dice por allí es pura mentira. Dios tenga misericordia del cinismo oportunista que provoca más agonía.
“Los paraguas no existen, como no existen venezolanos que caminan doloridos por horizontes desconocidos”; la ignorancia no ve ni siente, pero así lo afirma. ¡Esos venezolanos!, son los mismos que dejaron sus corazones tendidos en una cerca hecha con alambre de púas; precisan volver y tomarlos de donde los dejaron sangrando a la intemperie, anhelan recogerlos en un mañana no tan distante o en un presente no tan lejano. Así les llamen despectivamente… ¡Esos venezolanos!  ¡Esos…!, esos son tus hermanos, sí, esos venezolanos. Gente de un pueblo noble que tiempo atrás tendió sus manos, y no vio a los recién llegados como gusanos.
Lamentablemente, al pasar por una tienda, el alma que se soltó de las riendas, ve en el noticiero nombres de coterráneos que fueron asesinados por la putrefacta xenofobia y por la negligencia.  En esta época se está fortaleciendo la anarquía; y aparecen tantas expresiones fascistas como la gerontofobia, la paidofobia, la singenesofobia, entre otras que no vale la pena darles lugar. Allá van los viejos caminantes con la sabiduría que no sobra, y que nos hace falta en esta hora; ¡pero qué ignorantes, bombardear a los padres para sentirse grandes!
La patria se está diluyendo con familias enteras; empero, la patria volverá con familias curtidas y será la misma patria que siempre ha sido buena.
Los culpables: una sociedad secreta y regicida (los emigrantes son reyes y reinas de Dios) muy bien organizada y adinerada; estos han arramblado la felicidad, los alimentos básicos, la unidad familiar, las empresas y hasta los humildes sembradíos. Estas vidas serán chamuscadas en un fuego que no se sacia. Allí llorarán, y morirán de forma inimaginada. ¿Quién podrá organizar esa unidad mundial que los desenmascare y, de una vez los pare?
La maldad quiso enmudecer al pueblo, fue duro el golpe; no obstante, llegó el tiempo de hacer correr a la miseria humana que con séquito expropió el progreso de la nación; solo la luz de la unidad perfecta vencerá la diversidad de sombras para que las familias sonrían y vivan en paz; y, además, todas disfruten las vacaciones perdidas palpando la merecida libertad donde está el árbol de la vida… Sí, esa eterna libertad; primero en la tierra de gracia, y luego, más allá del dolor, más allá del sol, con alguien que nos espera, un Rey, a quien llamamos Papá.
Los paraguas no existen para quienes tienen el corazón petrificado. Esas almas que van dando pasos con sus cuerpos vivos o muertos dejarán un inolvidable legado; serán ejemplo para las futuras generaciones, y para que nunca más se elija a políticos crueles. Los paraguas existen como existen todos los ciudadanos que cruzan fronteras. Son tan semejantes a los de los siglos pasados. Sus lágrimas están recogidas por la tierra que han soñado, por hermosas manos que las han enjugado; esas mismas manos poderosas que han desempacado maletas rotas, bolsos sucios, bolsas negras y que en el primer cumpleaños, no vieron tarjeta, ni lazo, ni papel de regalo. En la nueva soledad, solo les pirra la voz de mamá, de papá, de la abuela, del abuelo o de quien les impulse a reír para que el ánimo no desmaye.
Las ganas nunca mueren en el corazón de los venezolanos, y no necesitamos fastidiarte con papeleos para fingir que ayudamos.
Los paraguas existen, y nosotros tenemos un regalo que jamás olvidamos, somos un país libre de xenofobia, un país amplio, una familia que te verá siempre como hermano o hermana. Normalmente, te ofrecerá sus manos para que triunfes sin envidiar tus logros, nunca te mostrará un espíritu de superioridad para hacerte sentir inferior y, tendrás toda la tranquilidad para que desees volver a la cuna de tus antepasados. He podido escuchar: “Yo no tengo nada en contra de los emigrantes, pero…”; eso jamás lo oirán en la cuna de paz que ha mecido a muchos por siglos, Venezuela.
De Venezuela el mundo está enamorado. Aunque la realidad de hoy, es que muy pocos nos tratan, como les hemos tratado.

Harold Paredes Olivo
Pastor, comunicador y autor
haroldwjparedes@gmail.com             

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