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¿Está alguno enfermo?

Nuestro Señor está dispuesto, no solo a sanar al enfermo, sino también a perdonarlo, si hubiese cometido alguna falta

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Uno de los textos más usados en relación a la oración por los enfermos lo encontramos en Santiago.
Hoy cuando abundan las pestilencias anunciadas por Cristo para los días de su venida, nos conviene recordar las verdades respecto al poder de Dios para sanar y las indicaciones suyas para beneficiarnos de ello.
Primero, debemos saber que después de la caída original, es completamente normal enfermarse.
Pablo citó el nombre de algunos colaboradores suyos que estuvieron enfermos:
1) Epafrodito estuvo enfermo, a punto de morir (Filipenses 2:27).
2) Trófimo se quedó en Mileto enfermo (2ª Timoteo 4:20).
3) El propio Pablo dijo a los Gálatas: «…a causa de una enfermedad del cuerpo os anuncié el evangelio al principio» (Gálatas 4:13).
Segundo, la Biblia revela al menos cuatro causas de un padecimiento físico.

  1. La enfermedad pudiera ser causa por un juicio de Dios. Por ejemplo, cuando Giezi, el criado de Eliseo se llenó de avaricia y mintió ante Naamán y ante Eliseo al codiciar las riquezas del general sirio, el profeta le dijo: «‘la lepra de Naamán se te pegará a ti’. En ese mismo instante, Giezi salió leproso de delante del varón de Dios»(2 Reyes 5:27). Así mismo, Cristo le dijo a alguien que sanó: «No peques más para que no te venga una cosa peor» (Juan 5:14).
  2. La enfermedad también puede ser para muerte. Es cierto que Moisés murió a los ciento veinte años cuando aun tenía todo su vigor y sin que sus ojos se oscurecieran. Es verdad que subió con sus propios pies al monte desde donde su espíritu se fue al seno de Abraham (Deuteronomio 34:1-7). Pero también recordamos que estaba Eliseo enfermo de la enfermedad de que murió (2 Reyes 13:14). No es tan importante la condición física en que esté el cuerpo a la hora de partir; cómo entender la realidad que«está establecido para los hombres que mueran una vez, y después de esto, el juicio» (Hebreos 9:27). Por tanto, debemos estar confirmados en la fe de Jesús para la partida.
  3. Además, la enfermedad puede venir como un aguijón en la carne. En su segunda carta a los Corintios, Pablo les narra su maravillosa experiencia de haber sido arrebatado al paraíso y oír palabras inefables que no le es dado al hombre expresar. Entonces, con el propósito que las grandezas de las revelaciones no le exaltasen desmedidamente, le fue dado un aguijón en su carne (2ª Corintios 12:7). Aunque oró tres veces para que aquel padecimiento le fuera quitado, el Señor le dijo: «Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad». Al oír la respuesta divina, Pablo decidió gloriarse de buena gana en su debilidad, para que reposara sobre él el poder de Cristo (vv 8,9).
  4. Y ahora, lo mejor: también la enfermedad puede venir para que Dios glorifique su nombre. Cuando Jesús pasó por cierto lugar, vio un hombre ciego de nacimiento. Entonces sus discípulos le preguntaron: «¿Quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Jesús explicó que el hombre había nacido así… para que las obras de Dios se manifiesten en él» (Juan 9:1-3)).

La Palabra asegura que, «por la llaga de Cristo, fuimos nosotros curados» (Isaías 53:5).
Y Cristo mandó a predicar el evangelio para salvación y sanidad, y aseguró que, como señal a los creyentes, sobre los enfermos pondrán sus manos y sanarán (Marcos 16:18). Por tanto, en su epístola, Santiago da cuatro orientaciones para recibir sanidad.
Primero, el hermano enfermo debe llamar a los ancianos de la iglesia y pedirles que oren por él. Son los enfermos quienes necesitan al médico (Mateo 9:12). En este contexto, pedir oración es un gesto de humildad y de reconocimiento a los dones que Dios ha dado a sus siervos.
Segundo, al orar, el enfermo debe ser ungido con aceite. Aunque no es una regla única a seguir, en realidad, el aceite es un símbolo del Espíritu en su poder para sanar (Isaías 1:6). Dios ungió a Jesús con el Espíritu, y éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo (Hechos 10:38).
Tercero, los ministros deben invocar el Nombre del Señor. En ningún otro nombre hay salvación (Hechos 4:12). Pedro siguió esa regla al decir al cojo: «En el Nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda» (Hechos 3:6). «Inmediatamente, le dio la mano y el hombre fue sanado completamente, y entró con ellos en el templo, saltando y andando y alabando a Dios» (vv. 7,8).
Por último, Santiago dice que la oración debe ser de fe. En su misma carta advierte que la duda impide recibir cosa alguna del Señor (Santiago 1:6,7). Por tanto, los ministros deben dar por hecho que, al orar, el enfermo quedará completamente sano.
Entonces, la promesa: La oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará y si hubiese cometido pecados, le serán perdonados. Los testimonios de esta promesa cumplida, abundan en la Palabra, y muchos hemos sido testigos del poder sanador del Señor. La alusión al pecado perdonado en el contexto de la oración por el enfermo, viene de acuerdo con la primera causa que citamos de la enfermedad. Nuestro Señor está dispuesto, no solo a sanar al enfermo, sino también a perdonarlo, si hubiese cometido alguna falta.
Amados, el Señor es nuestro Sanador. Él es el que perdona todas nuestras iniquidades y sana todas nuestras dolencias. ¡Creamos que todavía trae sanidad y medicina, nos curará, y nos revelará abundancia de paz y de verdad!
En su fe, Vuestro servidor.

Eliseo Rodríguez
Pastor y escritor

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