Si nos alimentamos de su palabra, imitamos la conducta de Jesús, seremos dignos modelos para nuestros hijos y nos aseguramos de su salud y crecimiento espiritual

Tomás de Aquino escribió: “Hay dentro de cada alma una sed de felicidad y significado”. En mi adolescencia deseaba con desesperación ser feliz, pensaba que no lo era, supeditaba la felicidad a los vaivenes de las circunstancias. Y la vida de una púber es parecida a una montaña rusa en acción todo cambia de acuerdo a los giros de la situación, los estados de ánimo, las actitudes de los amigos, la metamorfosis hormonal. Así que podrán imaginar, cuando las cosas me salían bien me sentía en la gloria. Cuando me salían mal me sentía devastada. Creía que el propósito de mi vida era hacer feliz a los otros para ganarme su afecto, atención y compañía. Y al mismo tiempo, deseaba ser libre para hacer todo lo que me viniera en gana, pero tenía una interpretación equivocada de la palabra libertad. ¡Terminé frustrada!
Ahora soy madre de una adolescente y desde su gestación tome la firme decisión de criarla de tal modo que ella conozca el plan de Dios en su vida, que sepa que no está en el mundo por casualidad, ni por accidente, sino que fue creada para un propósito y deberá descubrirlo y alinearse a él. El apóstol Pablo dijo: “Dios nos escogió antes de la fundación del mundo…somos predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Efesios 1:4-11). Mientras la ayudo a develar ese propósito, le enseño a disfrutar cada minuto de su existencia con libertad; entendida esta como la habilidad para conducirse con dominio propio y tomar decisiones sabias que no dañen a nadie y la hagan feliz.
La mayoría de la gente sabe lo que debe hacer, pero no usan su libre albedrío para hacerlo y se esclavizan; se someten a sus deseos desordenados y a toda clase de tentaciones lo que los conduce a problemas y frustraciones que le roban el gozo y la paz. Jesús dijo: “Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad y la verdad los hará libres” (Juan 8:32). Es una promesa gloriosa de libertad para todos aquellos que le seguimos.
Tenemos el deber como padres de criar a nuestros hijos con valores. La Biblia habla de “un tiempo de plantar” (Eclesiastés 3:2), de educar en los frutos del espíritu: amor, gozo, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gálatas 5:22-23). La degradación de valores que se vive hoy es precisamente porque muchos padres delegan la crianza de sus hijos a la TV, al Internet, a los juegos de video, a la niñera y responsabilizan a la escuela y a los maestros de la mala conducta de sus vástagos. “Instruye al niño en su camino, y ni aun de viejo se apartará de él” (Proverbios 22:6). Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces (Jeremías 17:8).
Si Dios ha de ser lo primero en nuestro corazón tenemos que desarrollar un sistema de raíces que estén profundamente arraigadas en él. Si nos alimentamos de su palabra, imitamos la conducta de Jesús, seremos dignos modelos para nuestros hijos y nos aseguramos de su salud y crecimiento espiritual. Cuando Dios te creó a ti y a mí lo hizo con un propósito como todo lo que ha hecho, hace y hará. Esforcémonos por conocer su propósito en nuestra vida como quien busca un gran tesoro que sólo hallan los que decidimos vivir en él y para él.
Liliana González de Benítez
Periodista y autora
lili15daymar@hotmail.com