El hombre sabio debajo del sol conoce que el fruto del trabajo es lo mejor y que el dinero puede irse por distintas vías si no se administra bien

“Tesoro precioso y aceite hay en la casa del sabio; mas el hombre insensato todo lo disipa” (Proverbios 21:20).
¡Verdad! Sería tal vez la expresión de asombro de un creyente al leer y tomar literalmente la primera cláusula de este versículo que, fácilmente podría hacer pensar que las “riquezas y el lujo” son las condiciones normales para un creyente. Entonces se preguntaría: “¿soy realmente un creyente en Cristo?”. Pero no nos equivoquemos, esto no es lo planteado por el proverbista ni tampoco un argumento para posturas teológicas insanas.
Tal vez lo de “tesoro precioso y aceite” siga deslumbrando a muchos; pero conviene observar que esto más bien alude a lo que ha sido guardado en un depósito que es como un tesoro deseable y al “aceite” o perfume que da la idea de lujos como es interpretado en la NTV. No obstante, el proverbio centra su argumento en el contraste entre el que ha sabido guardar lo que ha conseguido con su trabajo con aquel que ha malbaratado todo sin previsión alguna. El versículo no inserta una promesa, no dice que habrá, sino que “hay” bienes en la casa del sabio porque ha sabido conservar, economizar, guardar para el mañana y para algún gusto. No hay ventajismos ni desgracias, se asume igualdad de condiciones y oportunidades para ambos; pero distingue lo que resulta de una buena o mala praxis económica.
Eclesiastés 7:11 enseña: “La sabiduría es aún mejor cuando uno tiene dinero; ambas cosas son de beneficio a lo largo de la vida”. El hombre sabio debajo del sol conoce que el fruto del trabajo es lo mejor y que el dinero puede irse por distintas vías si no se administra bien. ¿Será que la sana administración de lo que tenemos también honra a Dios? ¿Qué piensa?
Eduardo Padrón
Pastor, comunicador y escritor
edupadron@gmail.com