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A quien abre los ojos, Eduardo Padrón

Orar con los ojos de la fe es orar a aquel que abre los ojos. Y creo que Dios se especializa en hacerlo con todo aquel que le busca y desea conocer y descansar en su voluntad

Tener los ojos abiertos es uno de los consejos que usualmente uno recibía de nuestros mayores. Generalmente le escuchábamos decir “abra los ojos hijo” cuando caminábamos por el centro de la ciudad atestado de gente y había que tener mucho cuidado de aquellos llamados “amigos de lo ajeno”.
Pero también escuchábamos el célebre consejo cuando teníamos que enfrentar situaciones nuevas como: ir a un paseo en la montaña, a un río, a la escuela o cuando regresábamos de algún sitio en la noche.
Así que la expresión “abra bien los ojos” significaba estar alerta y pendiente de cualquier riesgo y peligro en el camino. La idea era la de evitar todo percance y pérdida; así como dejar a un lado todo aquello que representase una influencia equivocada de personas de incorrecto andar.
Abrir los ojos es desde el punto de vista bíblico sinónimo de conocimiento y sabiduría. Pero también indica la codicia que experimenta alguien como producto de lo que contemplan sus ojos. Job 31:1, dice: “He hecho pacto con mis ojos; ¿cómo, pues, había de mirar a una virgen?”. Y en su primera epístola Juan habla de “los deseos de los ojos” como uno de los componentes del mundo como orden satánico.
Los ojos son descritos por el Señor Jesucristo como la “lámpara del cuerpo” (Mateo 6:22). Salomón con su sabiduría señaló como camino para guardar el corazón la disciplina de los ojos. Él dijo: “Tus ojos miren lo recto, y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante”. Y en Eclesiastés nos dice en su genial forma estética y práctica que “el sabio tiene sus ojos en su cabeza, mas el necio anda en tinieblas”. De esta forma se nos presenta el uso de los ojos como criterios de sabiduría y conocimiento práctico.
Así que, si la Biblia dedica tanto espacio para darnos consejos en torno a los ojos, no cabe duda de que son verdaderamente importantes en nuestro andar cotidiano. Nos faltaría tiempo para mencionar sus beneficios y perjuicios de su uso o mal uso. Pero debemos concentrarnos en lo siguiente: ¿Cómo influye lo que vemos o no vemos en nuestra vida de oración?
Al hablar de la oración obviamente que el uso de los ojos adquiere una connotación de fe. Ya no andamos por vista sino por la fe dice la Palabra. Ver ya no significa lo mismo. En la vida de oración de cualquier cristiano ya no es lo que puede objetivar, palpar; sino todo aquello que se sumerge en el mundo de lo invisible. Es allí donde las posibilidades se amplían, se enriquecen y se multiplican.
Abraham dijo una vez que él oraba a un Dios que “…da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen” (Romanos 4:17). Esto es orar con los ojos de la fe. Ver a través de las posibilidades del infinito poder de Dios y desde esa perspectiva, nada es imposible.
Orar con los ojos de la fe es orar a aquel que abre los ojos. Y creo que Dios se especializa en hacerlo con todo aquel que le busca y desea conocer y descansar en su voluntad. Esto implica que se desea vivir en Él, andar en Él y ver continuamente sus maravillosas obras cumpliéndose en sus hijos. Dejar que Dios nos abra los ojos es contemplar la brillantez de su gloria, las ordenanzas de su ley y vivir en la confianza de su protección. El salmista dijo una vez: “Abre mis ojos y veré las maravillas de tu ley”.
El rey David dijo una vez: “…alumbra mis ojos, para que no duerma de muerte” (Salmos 13:3). Esdras el gran escriba en el tiempo postexílico dijo: “Y ahora por un breve momento ha habido misericordia de parte de Jehová nuestro Dios, para hacer que nos quedase un remanente libre, y para darnos un lugar seguro en su santuario, a fin de alumbrar nuestro Dios nuestros ojos y darnos un poco de vida en nuestra servidumbre” (Esdras 9:8). De esta forma se relacionaba la luz de Dios en los ojos como ver la vida que Dios da por su misericordia. Y tener esta vida implicaba que aún se podía contemplar las grandes maravillas de Dios. Aún se podrían disfrutar.
Cuando un creyente tiene los ojos de la fe abiertos, entonces podrá contemplar y gozarse con todo aquello que no puede contemplar con sus ojos naturales. Pero no deja que la ilusión o el misticismo extraño a la Biblia lo desvíen de la percepción clara del poder de Dios. Eliseo es un claro ejemplo de lo que decimos.
Había una guerra entre los sirios e Israel. Eliseo se granjeó la enemistad del rey sirio, pues le informaba a Israel sobre todos sus movimientos. Así que el rey de Siria envió a prenderlo: “Gente de a caballo, y carros, y gran ejército, los cuales vinieron de noche, y sitiaron la ciudad” (2 Reyes 6:14). Cuando salió al día siguiente el sirviente de Eliseo se espantó por tan terrible cuadro. Pero la respuesta de Eliseo fue: “No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos”. ¿De dónde sacó el profeta esto? De lo que contemplaban sus ojos. La Biblia dice que Eliseo oró a Dios y le abrió los ojos al criado para que mirara, “y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo”.
Amigo, Eliseo oró a Dios para que abriera los ojos de su criado para que viera lo que no podía ver: Las posibilidades de Dios. A partir de ese momento su corazón se llenó de tranquilidad y confianza, pues veía los ejércitos de Dios. Hoy, puede que estés lleno de congoja, de problemas, de turbaciones, de ataques del enemigo y del mundo pecaminoso; clama a Quien abre los ojos, ora con los ojos de la fe y contempla las posibilidades infinitas y poderosas de un Dios poderoso y eterno. Él te abrirá sus puertas y la salida para que no perezcas. Clama a Quien abre los ojos para que digas como el salmista: “Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra”.
Reflexión tomada del libro “Un delgado nervio”, Vol. 2. (En formación)

Eduardo Padrón
Pastor, comunicador y escritor
edupadron@gmail.com

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