(Yolanda Tamayo – Escritora).-
En este mundo de gigantes los más pequeños pasan desapercibidos.
Vemos tan asiduamente cómo la muerte se alía con seres anónimos que nos estamos insensibilizando.
Pasa ante nosotros un desfile de vidas sesgadas y las recibimos con el asombro que provoca lo nuevo, pero al finalizar la noticia con su sutil zarandeo todo vuelve a una fría realidad en la que la amnésica cabeza elabora un plan de omisión para echar fuera todo aquello que molesta.
Aparecen ante nuestras retinas esas vidas ajenas, seres de países alejados que creemos nada tienen que ver con nosotros, los miramos con displicencia, con el desagrado que provoca el tener que lidiar con imágenes de gran crudeza que nos acometen y que cada vez son menos alarmantes.
Están ahí y dejan de ser noticia en cuanto otra reseña aparece y eclipsa lo visto con anterioridad.
No nos gusta lo desagradable, todo aquello que enturbia el presente, preferimos atiborrarnos de imágenes con un contenido atrayente, que nos proporcionen una sensación de bienestar aunque la finalidad de éstas sean mermar nuestra capacidad receptiva y así volvernos superficiales y vacíos.
Desviar la mirada no soluciona conflictos, no salva vidas.
Tenemos el deber como ciudadanos del mundo; aunque sólo seamos peregrinos, de velar por la seguridad de los más desfavorecidos, de aquellos que desgraciadamente no tienen las mismas oportunidades que tenemos nosotros.
En una cultura tan reacia a la debilidad, somos los débiles quienes hemos de dar ejemplo, aquellos que sabemos que Dios nos eligió para sabotear los planes indeseables de quienes se creen fuertes.
La miseria, el hambre, la guerra, la corrupción, el desalojo de moralidad hacen que vidas ajenas sean consumidas a diario por los gigantes de este mundo. Sublevadas y llevadas a un cautiverio silencioso donde aunque tienen mucho que decir sólo se les permite callar.
No nos callemos ante la maldad, no desviemos la mirada. Debemos prestarnos a tender puentes de solidaridad hacia quienes viven en circunstancias realmente desgraciadas.
Todos hemos sido creados por Dios. Jesús pagó el precio de nuestra salvación en aquella cruenta cruz. Algunos sabemos que gozamos de este bien, otros aún lo desconocen o no quieren admitirlo, pero el valor de sus vidas es igual que la nuestra, valemos el precio de la sangre derramada en el Calvario, un estimable valor, un importe incalculable.
Mira a tu prójimo y ámalo, tú y yo también somos prójimos.
«Amar no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar al otro para que sea quien es». Jorge Bucay.
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