Es imaginable el sano orgullo que debe sentir la gente que pertenece a un pueblo que práctica la justicia

“La justicia engrandece a la nación; Mas el pecado es afrenta de las naciones” (Proverbios 14:34).
Nuestro proverbio es del tipo antitético, la tesis es la justicia y la antítesis el pecado; y es precisamente esta alusión al pecado lo que permite deducir que el proverbista tiene en mente una justicia basada en la ley de Dios y a Israel como la nación que debía cumplirla.
La grandeza y el reconocimiento ante los pueblos dependían de eso y dos citas lo señalan. Una es Deuteronomio 4:6: “Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos…”. Y la otra la encontramos en el capítulo veintiocho y versículo uno del mismo libro: “Acontecerá que si oyeres, atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra”. Es, pues, muy clara la intención divina de que su pueblo se distinga de entre todas las naciones.
Es imaginable el sano orgullo que debe sentir la gente que pertenece a un pueblo que práctica la justicia. Cuando gobernantes y gobernados y toda entidad funciona respetando derechos y deberes y la ley se cumple sin sesgo alguno, la confianza del pueblo crece y hay progreso.
Hay naciones que se acercan a este ideal de justicia y sobresalen por el bienestar en que viven sus habitantes a pesar de ser pequeños y con poca riqueza natural, pues no se trata de cuánto se tiene.
Pensemos ahora en el denominado “pueblo adquirido por Dios” de 1ª Pedro 2:9, la Iglesia del Señor esparcida entre las naciones que tomada solo como una religión, es consciente de que es un pueblo redimido y justo que, en su apego a la Biblia, contrasta con las posturas pecaminosas de las naciones. Este es nuestro reto y también nuestra grandeza. ¿Lo creemos?
Eduardo Padrón
Pastor, comunicador y escritor
edupadron@gmail.com