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La mano diligente, Eduardo Padrón

La secillez de este versículo puede que contraste con la elegancia de esos aforismos de alto impacto. Sin embargo presenta una verdad sin adornos y sin esa belleza que a veces oculta más de lo que revela, que debilita y no fortalece.
El autor nos ofrece un regalo sin cuidarse del envoltorio. Las más bellas mortajas son solo una pretensión, la última mirada que se le da al cadáver; solo recuerdo. Pero la verdad en este versículo queda y el beneficio de ponerlo en práctica tiene su prueba en la experiencia de muchos; al igual que en los fracasos de quienes la han olvidado.
La alusión a «la mano» ya apela a lo que hacemos o dejamos de hacer. Es la convicción puesta por obra, la idea que cristaliza, la meta alcanzada, el bien hacer en su tiempo. Pues de eso se trata, de hacer lo correcto.
Es una ley de Dios de las que nadie escapa y que ni siquiera su bendición anula (aunque Él pudiera). La diligencia «enriquece». Una afirmación de fácil torcedura que no debe sujetársele al reduccionismo del dinero pues la dejamos sin sus otros beneficiosos. La diligencia enriquece las relaciones, la salud, el espíritu y sobre todo la vida espiritual. Ella nos permite elevar nuestra relación con Dios y mejorar nuestro ministerio y, ni hablar de nuestra madurez espiritual.
Sin duda, nada podrá alcanzar esa pulitura maravillosa y adecuada si no hay diligencia. Es la diligencia la que demuestra el valor que le damos al mandamiento, al trabajo, al matrimonio, al estudio, a la iglesia, a la obra de Dios y al servicio. Es el antídoto contra la pobreza en todas estas áreas. ¿Sabes en qué áreas estás poniendo diligencia y cuál la necesita?
«La mano negligente empobrece, pero la mano de los diligentes enriquece». No olvidemos este pequeño gran regalo de Dios. No es atractiva su envoltura, pero sí muy valioso su contenido.  Decide cómo lo pondrás en prática.
Eduardo Padrón
Pastor, comunicador y escritor
edupadron@gmail.com

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