(Verdad y Vida – Redacción).-
Jorge Luis Domínguez trabajaba en el área de la construcción en su natal Maturín, estado Monagas. Lamentablemente sufrió un accidente laboral que cambiaría su vida en cuestión de segundos. Pero eso lo llevó a ver la gloria de Dios manifestarse a su favor y conocer la fidelidad de un Dios que liberta, sana y da nuevas oportunidades.
Cuestión de segundos
“Sufrí una fractura en el cuello”, dijo. “Siempre fui alguien bien meticuloso y previsivo, pero esta vez, fui un poco altivo y pensé que podía levantar una lámina de acero muy pesada por mi cuenta. Realmente era muy pesada y como había llovido el piso estaba mojado y resbaloso, hice un gran esfuerzo, pero me resbalé y caí hacia adelante con la plancha”, explicó Jorge Luis.
Una lámina plana, solo hubiera ocasionado que se pisara los dedos y tal vez unos raspones por caer al piso, pero como como la lámina era curva, rebotó y golpeó fuertemente su frente, fracturando su nariz, para rebotar una segunda vez y golpearlo en el cuello, causando daños en su tráquea. Ahora Jorge se encontraba boca abajo en el suelo, inmóvil.
“Me pregunté: ¿qué pasó?, a los segundos me di cuenta que me había fracturado el cuello, estaba cuadripléjico”. Su ayudante vino en su auxilio, pero Jorge le explicó que si lo tocaba o lo movía bruscamente podía causar un daño mayor. Le pidió que contactara a su familia y a una ambulancia rápidamente. “En ese momento, sentía como me debilitaba, pensaba que iba a morir, le pedí a Norberto que le dijera a mi familia que los quería mucho y que me perdonaran”, recordó.
“Norberto me gritaba que no me durmiera, pero yo sentía que me iba, que no tenía fuerzas, así como pasa en las películas. Él me gritó duro en el oído: ¡No te duermas! Y allí reaccioné, caí en cuenta que aún estaba vivo y que debía luchar”, aseguró.
Dios me dio otra oportunidad
Como Jorge conocía de las medidas de cuidado para estos casos, le pidió a algunos compañeros que con cuidado le colocaran una tabla en su pecho para mantenerlo en una posición rígida y así tener mayores posibilidades de recuperación, al ellos moverlo un poco, sintió como una corriente bajaba desde su cuello a su cuerpo y supo que estaba haciendo lo correcto, que Dios le estaba dando una nueva oportunidad.
Después de media hora fue trasladado al centro de salud más cercano y los doctores comenzaron a evaluarlo, “yo no sentía nada en mi cuerpo”. Su hermana, que es médico, llegó y le dijo que por recomendaciones del doctor había que operarlo, eso solo para darle una posibilidad de que sus vertebras, todas fracturadas, no se desplomaran cuando lo movieran para hacerle su aseo, ya que el diagnóstico del médico era que jamás volvería a levantarse de una cama. La operación solo le alargaría sus días, pero no lo libraría de la inmovilidad. El accidente fue un día miércoles, y el jueves lo subieron al piso de pre-operatorio para esperar la operación.
Una visita inesperada
“Ese día llegaron unos cristianos a esa sala de espera para quienes iban a ser operados. Ellos iban todos los miércoles a orar y compartir la Palabra de Dios con los enfermos. Las otras dos personas en esa habitación ya tenían meses de espera, por lo que tenían confianza y una relación con ellos. Me saludaron y me preguntaron qué me había pasado, les conté y comenzamos a orar. Yo estaba entregado a la oración y mientras lo hacíamos yo me sentía como en el aire y podía ver una sabana hermosísima, pastizales bellísimos, en el centro había una línea de flores amarillas, blancas y rosadas. Yo seguía orando pero no entendía lo que veía. Pensé que tal vez esa era mi tumba y comencé a decirle al Señor que yo no quería morir todavía, que tenía muchas cosas que dar todavía. Los hermanos se fueron y yo estuve despierto toda la noche”, contó Jorge.
Al día siguiente lo trasladaron a una clínica para operarlo y antes de entrar a quirófano, se encomendó a Dios y oró: “Señor que seas tú, que se haga tu voluntad, si me tienes vivo todavía por algo es. Por favor guía tú a los médicos”. “Casi toda mi familia es cristiana desde hace mucho tiempo. Para esa fecha solo faltábamos un hermano y yo por aceptar a Jesús en nuestro corazón. Todos ellos estaban afuera de quirófano, y hasta en otros estados y países, orando durante las nueve horas que esta duró”, explicó Jorge.
Contó Domínguez que cuando salió de la operación, “me llevan a la sala de post-operatorio y me doy cuenta de la realidad, recordé que había tenido un accidente y que me habían operado. Traté de moverme y no pude, sentí una gran decepción. Hablé con Dios y le dije: ‘Señor, quedé igual’. En ese momento, se me apareció algo, que ahora entiendo fue un ataque del enemigo, no tenía forma, me hablaba sin hablar, pero yo lo escuchaba en mi mente. Eso me mostró mi columna toda negra y después me explicaba que yo iba a quedar mejor que cuando nací, que podía ofrecerme eso. Yo reaccioné y pensé: ¡esto es del diablo!, y le dije: ¡no, yo contigo no quiero nada!, pero cuando dije eso, me di cuenta que había movido mi mano en señal de hacerlo disipar. Eso vino a mí tres veces y las tres veces le dije: ¡contigo no quiero nada!, la última vez dije: si Dios quiere que yo me quede así, así lo haré. Y se desapareció”.
“Cuando me llevan a mi habitación en otro piso -prosiguió-, mi familia entró y estaban contentos porque yo seguía con vida. También me visitó una amiga, muy querida, quien me confesó, que había decidido seguir a Jesucristo recientemente y me preguntó si podía visitarme luego junto con su pastor. Me dieron de alta el viernes y me fui a la casa de mi hermana. Allá llegaron mi amiga y el pastor, oraron por mí y el pastor me preguntó si quería aceptar a Cristo en mi corazón y le dije que sí, y seguro de lo que estaba haciendo, me entregué al Señor.
“Le dije a mi esposa que yo quería dormir con ella en la misma cama, en nuestra cama y no en la cama médica donde estaba. Esa noche no pude dormir, tuve ataques del enemigo, estaba como atormentado, me levantaban al aire y me dejaban caer, después de un rato pude levantar a mi esposa a gritos y ella me encontró pegado del espaldar de la cama, parado. Comenzamos a orar y pedirle al Señor que me guardara, que estas cosas no me pasaran más y en todo momento le pedía a Dios que me ayudara a levantarme de la cama”.
Jorge con su determinación de confiar en Dios y en constante oración, comenzó a intentar moverse poco a poco y así fue, primero una mano, un pie… A los tres días cuando debía comenzar la fisioterapia, ya se movía solo, aunque no sentía nada. A los ocho días, después de tanto insistir, su hermana lo levantó para llevarlo al baño, lo sentó y luego él se levanté solo. “Sentí fuerza y pedí caminar, con mi hermana y mi esposa, pude dar mis primeros pasos. Al día siguiente tenía consulta y me rehusaba a ir en silla de ruedas. Me fui caminando poco a poco con la ayuda de todos y Cuando el médico me vio, se sorprendió muchísimo. Me dijo: ‘Yo no creo en los milagros, pero aquí pasó algo’. Después de hacerme una resonancia magnética, el doctor pudo ver que mi médula estaba restaurada”, explicó.
“Fue un milagro poder caminar después de ese accidente, pero el milagro más grande, es haber conocido al Señor y el cambio que Él ha hecho en mí. Mi familia es toda cristiana. Ellos se mantuvieron siempre en oración y confiando en el Señor. Hoy por hoy, mi esposa y mis hijos, además de mis padres, hermanos y yo, amamos a Dios y sabemos que Jesús es nuestro Señor y Salvador”, concluyó Jorge Luis Domínguez.◄
