
Resulta difícil vivir con alegría en un mundo donde los problemas y las calamidades nos asaltan. La vida parece volverse cada vez más complicada. Sin embargo, aun en medio de las pruebas y aflicciones, Dios nos dice: «gozaos… y alegraos» (Lucas 6:23. RV60).
La Biblia está llena de invitaciones al gozo. Cuando leemos: «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!» (Filipenses 4:4), podríamos ser tentados a pasar por alto esta exhortación del apóstol Pablo, pensando que no es posible mantenerse siempre alegre. Y aun cuando deseamos cumplir su consejo, podríamos sentir consternación porque no sabemos cómo disfrutar de Jesús en la vida diaria.
Especialmente en estos días en los que afrontamos una pandemia, no es nada sencillo mantenerse alegres. Numerosas personas están muriendo a nuestro alrededor, los hospitales han colapsados por la enorme cantidad de contagiados por Coronavirus (COVID-19), y el temor a enfermar sumado a la incertidumbre de no saber cuándo todo este horror va a terminar mantiene al mundo en vilo.
Cuando Pablo le escribió a la iglesia de Filipos: «¡Regocijaos!», no estaba en la playa tomando el sol, él se encontraba encarcelado en Roma a causa de la predicación del evangelio. Sin saber cuál sería su suerte, si sería ejecutado o liberado, Pablo se mantuvo alegre y confiado en Dios. El propósito de su carta era animar a sus amigos en el gozo que no depende de las situaciones externas porque tiene sus raíces en Jesucristo.
Los filipenses estaban iniciando su caminar cristiano y a las preocupaciones normales de su condición humana se añadía la angustia de sufrir por la causa de Cristo. Ellos vivían con el alma en un hilo. Pablo, que conocía el secreto del contentamiento espiritual, les confortaba diciendo: «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias» (Filipenses 4:6. RV60).
Pablo expresó su dependencia absoluta de Dios y su contentamiento en cualquier circunstancia: «Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad; en todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad» (Filipenses 4:12. LBLA).
Con suma humildad, el apóstol alentó a sus hermanos filipenses a seguir su ejemplo. Los invitó a vivir en el contentamiento espiritual aun cuando estuvieran enfermos, encarcelados, empobrecidos, perseguidos, expatriados, pues Cristo es quien provee las fuerzas para alegrarse en las diversas pruebas de la vida (Santiago 1:2-3).
EL GOZO LO CAMBIA TODO
Un creyente pierde el gozo cuando pone sus ojos en las cosas del mundo, y no en las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (Colosenses 3:1-2). Entonces, cuando la adversidad lo sorprende sufre desconsoladamente como los que no conocen a Dios. El dolor se vuelve el centro de sus pensamientos y olvida las promesas de su Creador.
Mantener la mente enraizada en Cristo produce gozo. El gozo que proviene del Espíritu Santo (Gálatas 5:22) y que convierte a Dios, y no a los problemas, en el centro. Aunque Pablo se hallaba en un lóbrego calabozo sufriendo penurias, no se quejó ni culpó a Dios por sus apuros, él se regocijó.
El gozo del creyente no depende de las circunstancias porque no tiene su fuente en las cosas temporales de este mundo incierto, sino en una relación perpetua con Cristo. Como dice hermosamente William Baclay en su comentario bíblico: «El gozo del cristiano es como dos amantes que están siempre felices cuando están juntos, no importa dónde. El cristiano no puede nunca perder el gozo porque no puede nunca perder a Cristo».
Sea cual sea la situación, los creyentes nos gozamos en el gran amor de Dios y en la alegría de su salvación (Salmo 13:5). Nos gozamos en el perdón de nuestros pecados y en la vida eterna que Cristo compró con su sangre en la cruz (Juan 10:28). Nos gozamos añorando el glorioso día cuando Jesús vuelva para destruir el dolor y la muerte para siempre (Apocalipsis 22:20). Y nos gozamos en nuestra amistad con Cristo (Juan 15:15).
Jesús enseñó la clave del gozo: «Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea perfecto» (Juan 15:9-11. LBLA).
Aquellos que permanecen en amor y obediencia a Dios y su Palabra experimentan el mismo regocijo que tuvo Cristo en sus padecimientos. «…quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz» (Hebreos 12:2. LBLA). Jesús bajó del cielo y sabía lo maravilloso que era. Por eso cuando padecía tenía su mirada en las cosas de arriba: en la gloria del Padre (Juan 17:24), en la recompensa (Lucas 6:35), en la herencia (Hebreos 1:2). Si nos concentramos en el amor de Dios y sus promesas su gozo siempre estará con nosotros.
HÁBITOS DE GOZO
Pablo dijo en su carta a los filipenses: «He aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre…» (Filipenses 4:12). El gozo se aprende. Es un fruto del Espíritu que se cultiva y crece por medio del estudio, la meditación y el ejercicio diario de la Palabra de Dios.
Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, dejó a los creyentes de todas las generaciones tres hábitos para cultivar el gozo y disfrutar de Jesús en la vida diaria
No se afanen por nada: La gente que no conoce a Dios vive preocupada por el mañana, pero aquellos que tienen sus ojos fijos en Cristo viven el hoy con alegría. Ellos no se preocupan preguntándose: «¿Qué comeremos?» o «¿qué beberemos?» o «¿con qué nos vestiremos?», porque saben que Dios provee todas esas cosas. Su mente se concentra en Jesús y en lo que Él ha dicho: «Bástele a cada día sus propios problemas» (Mateo 6:34. LBLA).
Oren por todo. Es triste afirmarlo, pero numerosos creyentes no tienen una vida de oración. Por eso no tienen gozo en su corazón. La oración no es una opción es una necesidad. Un cristiano que no ora es una contradicción, porque todo aquel que ama a Dios ansia intimidad con Él.
Si la oración fue para Cristo un gozo (Lucas 10:21), ¿no debería serlo también para nosotros? Jesús murió para destruir la barrera del pecado que nos separaba de Dios, y gracias a su sacrificio nosotros tenemos acceso al Padre. El secreto de Pablo fue que aprendió a llevar todos sus asuntos a Dios en oración. «Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (Hebreos 4:16. RV60).
Denle gracias a Dios. La gratitud lleva al gozo. Hay tantas cosas por las cuales agradecer a Dios. Primeramente, por Cristo, en quien tenemos redención y vida eterna. Demos gracias a Dios por su Palabra, por sus misericordias que son nuevas cada mañana, por la familia y los amigos que son salvos, por su provisión y cuidado, y por su gracia que nos sustenta hasta el último aliento.
No hay gozo fuera de Cristo. «En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre» (Salmo 16:11. RV60).
Liliana Daymar González
Periodista
lili15daymar@hotmail.com