
Antiguamente se le dio al pueblo hebreo un conocimiento insólito mediante su profeta Moisés. Rudolph Virchow, el ‘padre de la patología moderna’, dijo: ‘Moisés fue el más grande higienista que haya visto el mundo.
Dependiendo del conocimiento revelado, y no poseer equipo científico alguno, Moisés enseñó en sus aspectos esenciales casi todo principio de higiene que se practica hoy día. Entre ellos encontramos la prevención de enfermedades, la desinfección por fuego y agua, el control de epidemias por medio de informar y aislar las enfermedades contagiosas o a sus portadores, seguida de una completa desinfección de todos los artículos posiblemente contaminados.
Moisés ordenó que toda persona infectada de una enfermedad transmisible fuera aislada. Ciertamente la ciencia médica moderna no puede mejorar esta regla. No solamente se ponía al paciente en cuarentena, sino también a los que habían tenido contacto con él.
Si se sospechaba que alguien tenía una enfermedad contagiosa, se le ponía en cuarentena, es decir, se le aislaba durante un tiempo. Cuando se recuperaba de la enfermedad, tenía que lavar su ropa y bañarse en agua para que se le considerara «limpio» y pudiera regresar al campamento (Levítico 14:8-9).
Hoy sabemos que enfermedades son causadas por la transmisión de gérmenes, virus y microorganismos invisibles que no comenzaron a descubrirse científicamente sino hasta el siglo XVII d.C. por Leeuwenhoek. Pero aun así, tuvieron que transcurrir dos siglos para que este descubrimiento fuera reconocido y aceptado por la comunidad científica, ya que la idea de que organismos diminutos fueran capaces de matar a otros inmensamente mayores le parecía ridícula a mucha gente.
En la Biblia se puede observar cómo Dios cuidó a su pueblo mediante leyes que debían practicar, aunque en ese tiempo la humanidad no tenía el conocimiento científico para discernir las medidas sanitarias.
Hoy el mismo Dios está obrando y cuidando a su pueblo.
George Laguna
Pastor y periodista
georgelaguna@gmail.com