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Arras ¿y después?, Eliseo Rodríguez

Las arras eran como un anticipo al cierre final del negocio. Porque el Espíritu Santo está en nosotros, podemos saber que no estamos medio salvos, sino salvos completamente

Dios nos confirma, nos unge, nos sella y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones / Freepik

Dentro de las grandezas del Evangelio de Cristo, está el hecho que podamos entender, precisamente, cuán grande es dicho Evangelio. Los escritores del Nuevo Testamento fueron inspirados a trazarnos esa meta. Por ejemplo, Pablo dijo: nosotros… hemos recibido… el Espíritu que proviene de Dios para que sepamos lo que Dios nos ha concedido (1ª Corintios 2:12). Si Cristo habita por la fe en nuestros corazones, podemos ser plenamente capaces de comprender con todos los santos, cual sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento, para que seamos llenos de toda la plenitud de Dios (Efesios 3:17-19). Hoy queremos hablar de una de esas grandes riquezas del Evangelio, a saber, las arras del Espíritu. Acompáñame a mirarlas.
Pablo presenta a los corintios cuatro beneficios de la gracia divina. Enseña, primero, que Dios es quien confirma para con los hermanos en Cristo a los ministros. Segundo, que es el mismo Dios quien ungió a sus siervos para el santo ministerio. Tercero, que Dios nos ha sellado, y, cuarto, que nos ha dado las arras del Espíritu (2ª Corintios 1:21-22). En verdad, Dios se acerca al hombre que cree en Jesucristo, hasta hacerlo templo suyo. Tratemos ahora, los dos primeros aspectos que Pablo cita.
Dios ha llamado hombres al santo ministerio para llegar a las almas con las buenas nuevas de salvación. Esos siervos de Dios necesitarían ser confirmados para con aquellos entre quienes hacen la obra. El Señor les permitirá hallar gracia en los ojos de los que quieren alcanzar para Cristo y de los que ya son discípulos. Para lograrlo, se necesita una unción especial de parte del Señor, de la cual Pablo da testimonio aquí. Así que, la unción del Espíritu en la vida del obrero cristiano, es un insustituible ingrediente para su confirmación entre aquellos para quienes trabaja. El profeta Eliseo tenía esa unción divina. Por tanto, detrás de las paredes de una casa en Sunem, se hizo un juicio de confirmación sobre su persona y ministerio. Una mujer Sunamita le dijo a su marido: He aquí ahora, yo entiendo que este que siempre pasa por nuestra casa, es varón santo de Dios (2 Reyes 4:9). Nunca, por tanto, debemos procurar auto confirmarnos, sino esperar el tiempo cuando Dios nos hace ser tenidos por sabios y maestros. Cuando así él nos confirma y unge, nuestras palabras llegan a ser como aguijones y como clavos hincados en las congregaciones (Eclesiastés 12:11).
El tercer aspecto habla de una experiencia que tiene todo el que ha nacido de nuevo. Se trata del sello de Dios en el creyente. Pablo dice categóricamente a los corintios: Dios nos ha sellado. Pero cuando les escribe a los efesios, hace más explícita esta experiencia: En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa (Efesios 1:13). Además, nos advierte no contristar al Espíritu Santo con el cual fuimos sellados para el día de la redención (Efesios 4:30). En ambas citas el apóstol indica que, al estar en Cristo, debido al precio que pagó en la cruz por nuestro rescate, ahora somos una propiedad de Dios. Por tanto, todo lo que es propiedad divina, tiene el sello de Dios. De hecho, el fundamento de Dios está firme teniendo este sello: conoce el Señor a los que son suyos, y apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo (2ª Timoteo 2:19). La presencia del Espíritu en nosotros es un sello consistente y nos recuerda que tenemos promesa de vida eterna y que nos espera el día de la redención. Ahora, debemos aprender a balancear el hecho que Dios nos haya sellado para salvación, con la realidad de nuestra propia debilidad innata. A pesar que Dios ha puesto su Espíritu en nosotros como sello de propiedad, nunca debemos olvidar que tenemos este tesoro en vasos de barro… (2ª Corintios 4:7). Por tanto, aún queda la posibilidad de la cual los obreros temen, que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, nuestros sentidos pudieran ser desviados de la sincera fidelidad a Cristo (11:3). ¡Debemos estar vigilantes!
Finalmente, Pablo atiende el aspecto de las arras del Espíritu. Dice, Dios… nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones (2ª Corintios 1:22 b). El Espíritu en nosotros es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria (Efesios 1:13-14). Las arras eran objetos o sumas de dinero que el comprador entregaba al vendedor en el momento de hacer un contrato. Eran como un anticipo al cierre final del negocio. Porque el Espíritu Santo está en nosotros, podemos saber que no estamos medio salvos, sino salvos completamente. Pero las arras del Espíritu son tan gloriosas, que nos dan un dato de cómo nos irá cuando ya no tendremos sólo el anticipo de la herencia, sino la herencia completa.
Para considerar cuán gloriosas son las arras, debemos recordar que tenemos garantizada la orientación divina, pues los hijos de Dios son guiados por el Espíritu de Dios (Romanos 8:14). En las arras tenemos justicia, paz y gozo por el Espíritu Santo (Romanos 14:17). Además, esas arras del Espíritu contienen el hecho que el carácter de Dios se manifiesta en nuestro diario vivir, pues el Espíritu Santo produce su fruto en el creyente. Es un fruto con nueve características: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gálatas 5:22-25). Al hablar de estas arras cual anticipo de las glorias futuras, Pablo añade que nosotros tenemos la mente de Cristo (1ª Corintios 2:16).
En las arras tenemos también los dones del Espíritu Santo que contribuyen a la edificación de la iglesia (1ª Corintios 12:4-11). Las primicias de aquellas glorias que habrán de venir nos permiten ser consolados en todas nuestras tribulaciones, pues las arras son el mismo Consolador que está con nosotros para siempre (Juan 14:16; 2ª Corintios 1:3-5). Como si fuera poco, las arras del Espíritu nos dan el privilegio de gustar de la buena palabra de Dios y de los poderes del siglo venidero (Hebreos 6:5). En las arras, además, somos hechos participantes de la naturaleza divina, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre nosotros (1ª Pedro 4:14; 2ª Pedro 1:4).
Los disfrutes espirituales que administra hoy el Espíritu en nosotros son tan grandes, que no los podemos plasmar todos en este artículo. Pero estos se han escrito para que apreciemos nuestras primeras bendiciones aquí, y para que amemos a Jesús, quien entregó su vida para que tengamos herencia con todos los santificados (Hechos 20:32). No olvidemos que Dios nos confirma, nos unge, nos sella y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones.
El fin de todo este discurso escrito es este: Si por creer en nuestro Salvador, ya disfrutamos a manera de arras tantas riquezas gloriosas, ¿qué será lo que nos espera cuando entremos en la casa del Padre? El himnólogo se preguntó: Mas, hallarnos allí, ¿Qué será? Ciertamente, ahora vemos por espejo oscuramente, pero entonces veremos cara a cara (1ª Corintios 13:12). Aquel día Jesucristo transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya (Filipenses 3:20-21). Él nos hará participar eternamente de una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para nosotros (1ª Pedro 1:4). ¡Aleluya! ¡No perdamos de vista que nuestra redención está cerca! Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá y no tardará (Lucas 21:28; Hebreos 10:37).
Gozoso por compartir lo que ya tenemos en Cristo y anhelante de disfrutar juntos lo que nos espera en el cielo,

Eliseo Rodríguez
Pastor, teólogo y escritor

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