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¿Cómo Dios puede usarme?, Pat Schatzline

Estamos viviendo en un tiempo en el que creo que existe una mentalidad de conformismo. ¿Qué significa? Significa que todos tratamos solo de arreglárnosla. No estamos en realidad viviendo porque nos hemos conformado con sobrevivir. Nos parecemos al ejército de Gedeón en Jueces 8:4, en donde dice que estaban agotados pero persistiendo. Las demandas constantes del día a día pueden ser agotadoras, y muchas veces vamos a la iglesia, pero no estamos ni siquiera cerca de comprometernos con un Dios poderoso y asombroso. Nuestras mentes están centradas en las tareas de la semana —nuestros compromisos, horarios y plazos— y no en Dios. A menudo, digo que Dios no exige perfección, sino búsqueda. Si el diablo no puede hacer que usted caiga en pecado, entonces lo mantendrá demasiado ocupado para tener una comunión real con Dios.
Esta mentalidad ha causado que aquellos elegidos por Dios para servirle en su reino simplemente ignoren su voz o tomen el camino fácil. Esto no funciona en el mundo de hoy, donde tomar el camino fácil nunca lo conducirá a los cambios que necesita. En un tiempo en donde la verdad se considera una incitación al odio y la sociedad intenta reescribir la Palabra de Dios, necesitamos ir mucho más allá del camino fácil para cambiar esta tendencia. El letargo puede provocar una herida pero nunca causará daño en el reino de las tinieblas.
Es verdad, no obstante, que es mucho más fácil conformarse que decidir levantarse y liderar. Nuestras ocupaciones con el mundo han hecho que el Cuerpo de Cristo se conforme con una mentalidad de “contener y mantener”, junto con el hecho de que la mayoría de los cristianos cree que bajo ningún punto de vista Dios los podría usar para hacer su gran obra, lo cual produce una iglesia anémica.
Esto me trae a memoria el pedido que Jesús les hizo a sus discípulos en Mateo 9. En medio de su viaje por los pueblos, predicando sobre el amor de Dios y su misericordia, Él miró a la multitud y fue movido en amor, por lo que les pidió a sus discípulos que oraran por una cosa muy específica. Les dijo que le pidieran a Dios que abra una agencia de empleo para los escogidos.
Jesús recorría todos los pueblos y aldeas enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas nuevas del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban agobiadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. “La cosecha es abundante, pero son pocos los obreros —les dijo a sus discípulos—. Pídanle, por tanto, al Señor de la cosecha que envíe obreros a su campo” (Mateo 9:35-38).
Jesús hizo aquí varias cosas:
Se levantó y fue.
Llevó un mensaje de esperanza.
Vio la necesidad de las personas.
Sabía que las personas debían ocuparse de la obra del reino.
Jesús no oró por quien estaba perdido o para que se acerquen grandes multitudes. ¡No! Él oró para que trabajadores se unan a la causa.
Aquello que realmente me intriga acerca del liderazgo de Jesús y que puede animarnos es que a los ojos de los religiosos, Él era completamente descalificado. No provenía de la mejor familia o la más prestigiosa, ni se juntaba con aquellos que tenían buenas conexiones en la sociedad. Simplemente tenía una misión de su Padre celestial. Por tal motivo podía decir cosas como “¿Acaso no crees que yo estoy en el Padre, y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les comunico, no las hablo como cosa mía, sino que es el Padre, que está en mí, el que realiza sus obras” (Juan 14:10). ¡Jesús sabía quién era porque sabía de quién era!
Imagínese cómo habrá sido escuchar a Jesús decir: “La cosecha es abundante, pero son pocos los obreros —les dijo a sus discípulos—. Pídanle, por tanto, al Señor de la cosecha que envíe obreros a su campo”. Era como decir: “Alguien, únase a mi equipo; juntos podemos cambiar al mundo”.
Ese clamor está aún vigente.
Recuerdo una conferencia telefónica que organicé el 15 de mayo de 2014 para un querido amigo con varios de los líderes principales. Este amigo estaba organizando llevar a cabo la cruzada de tres semanas, previamente mencionada, en Washington DC, aquel verano. El llamado fue muy poderoso, ya que cada líder expresaba su profunda preocupación por la dirección que los Estados Unidos estaban tomando como nación. Mientras continuaba la conferencia telefónica, el clamor de los líderes por un avivamiento en los Estados Unidos parecía que desencadenaba una ola de la presencia de Dios al teléfono. Cuando concluimos con el llamado, comencé a recibir mensajes de texto de muchos de los líderes, quienes compartían cómo se conmovieron y se gozaban en lo que todos creemos que es el despertar que se está acercando a los Estados Unidos.
También me sentí conmovido y comencé a orar mientras me sentaba en mi automóvil, en el estacionamiento, luego del llamado telefónico. Mi corazón se aceleró al preguntarme si este podría ser el último gran avivamiento prometido en Joel 2:28. No obstante, la duda todavía invadía mis emociones. En un momento oré: “Dios, ¿cómo podrás usarnos para marcar una diferencia en un tiempo de tanta oscuridad?”.
No tuve respuesta hasta la mañana siguiente. Luego, mientras estaba en oración, escuché la voz de Dios que me decía estas palabras: “Pat, voy a usar al descalificado para despertar al calificado de su delirio de embriaguez que la intoxicación de los reinos autoconstruidos ha causado. Estos reinos edificados por los hombres se han construido sobre la arena de una verdad movediza y una autoridad perdida. Los descalificados serán aquellos que confundirán el concepto de lo que nosotros creímos calificado por muchas generaciones. Los menospreciados, los que crean que son producto de un accidente, los que sientan que no son nadie serán aquellos que se levantarán y tomarán el lugar de quienes se han vuelto cómodos con la idea de mantener la fe contra la fe milagrosa. Permíteme ser muy claro: No eres el plan B. ¡Eres preciado para el Señor!”.
Mi corazón se estremeció cuando Dios me habló esas palabras. Usted y yo no somos el plan B. A través de la historia, Dios casi siempre ha escogido a los líderes más descalificados para guiar su reino. ¿Por qué? Porque Dios no presta atención a las encuestas ni escucha las opiniones populares cuando escoge a sus líderes. En cambio, busca aquellos en quienes puede confiar con su mensaje de esperanza.

Tomado de su libro Descalificado. Casa Creación.
Usado con permiso

Pat Schatzline
Evangelista y escritor

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