
Era tanto el estrés y la angustia que le causaron hematidrosis (sudar gotas de sangre). Pero no se quedó en la angustia. Dejó en evidencia que podemos pedir ayuda a alguien para que nos libre de pasar por un trago amargo.
Más importante es que también nos enseñó a sobreponernos al trago amargo aceptando la asignación. Nos advirtió que nos pueden violentar nuestros derechos, pero también dejó en evidencia que la bendición mayor está más adelante y más arriba. De hecho, esa bendición ya fue preparada y vale más que nuestros derechos terrenales.
Tomar y disfrutar de bendiciones mayores conllevan desafíos mayores. Para cumplir esos desafíos hay un sitio donde somos capacitados, es una dimensión que está por encima de la lógica humana, sobrepasa todo entendimiento: el trono de la gracia al que, por cierto, se accede sin carta de presentación o recomendación; solo un corazón humilde y arrepentido es lo que piden.
Esos desafíos pueden ser auténticos valles de sombra o de muerte, o un simple charco de agua estancada que sin ningún esfuerzo se puede pasar.
Hubo un hombre que se despojó de todo, que renunció a todos sus derechos y aún en su último suspiro dijo: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”.
Ese hombre cumplió su tarea y el premio fue maravilloso y grandioso, tanto así que ahora mismo todos los habitantes del planeta pudieran disfrutarlo.
No es malo sentirse angustiado. Lo malo es no tener a nadie a quién pedir ayuda. Lo malo es pedir ayuda, que todos oigan el grito de auxilio y que nadie responda.
Yo conozco a alguien que sí responde, aunque no como yo a veces quiero, pero sé que su respuesta llega en el momento adecuado.
Ese alguien es Jesucristo, venció a la muerte para darme vida, llevó todas mis angustias, dolores, enfermedades y me ha provisto de la mayor riqueza: su amor, su gracia y su paz.
“Respóndeme cuando clamo oh Dios de mi justicia. Cuando estaba en angustia tú me hiciste ensanchar” (Salmo 4:1).
Ánimo, el mal ya fue vencido.
Ronald Sifontes
Adorador y compositor