(Fernando Alexis Jiménez – Pastor).-
Una avenida es más ancha y prolongada que de costumbre cuando estamos sentados sobre una acera y miramos el infinito, en dirección a ese lugar en el que casas y edificios se pierden en el horizonte, hacia el punto en el que para nosotros termina la calle pero que es apenas el inicio para quienes se encuentran allá, en la distancia.
Así conocí a Matías. Estaba sentado, triste, abrumado por los problemas, mirando allá pero a la vez no mirando nada, ajeno a todos los que pasaban a su lado. Despertaba la noche en la Avenida Sexta de Santiago de Cali, uno de los lugares tradicionales para quienes están en busca de fiestas, pero para él, el sitio en el que navegaba cada atardecer en medio de multitudes ocupadas en sus propios problemas en tanto experimentaba su propio drama, irónicamente rodeado de hombres y mujeres que sonreían.
En las mañanas vendía periódicos en la Plaza de Caycedo y hacia el mediodía, lustraba calzado junto a una de las tantas sillas de granito y cemento. Pasadas las cuatro de la tarde compraba cualquier clase de trago, del más barato, en una de las tantas licorerías para terminar en el mismo punto que todos los días: viendo pasar a quienes van de un lugar a otro viviendo su propia vida.
Para Matías su peor enemigo es la soledad. Por eso le teme a las sombras que llegan cuando muere el sol en los farallones, al occidente de la ciudad. Es el temor a encontrarse en la misma habitación, con los mismos enseres viejos, el afiche de Carlos Gardel sobre una de las paredes, el gato que es su único compañero y los gritos del matrimonio que vive enseguida y que, como de costumbre, se pelean por cualquier insignificancia.
Dios siempre está ahí…
Hay momentos de la vida en los que la soledad nos abruma. Irónicamente nos sentimos solos aunque a nuestro alrededor haya miles de personas. Todo nos parece gris y nublado. Hechos y recuerdos que antes nos despertaban alegría, nos producen nostalgia. Incluso pensamos que absolutamente nadie nos entiende. Instantes así nos marcan para siempre, si lo permitimos.
Cuando atravesemos períodos en los que todo sale mal y pensemos quizá que somos semejantes a una pequeña embarcación que se debate en las aguas de un mar tormentoso, es cuando debemos volver la mirada a Dios y recordar su promesa: «Ahora, así dice Jehová… No temas, porque yo te redimí; Te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti. Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador…» (Isaías 43:1-3a).
No estamos solos. Nunca lo hemos estado. Dios nos ha acompañado. Conoce nuestros sufrimientos y también los motivos de alegría. Nos acompaña, nos guía, nos alienta. En medio de la soledad la salida estriba en volvernos a Él en oración y pedirle su fortaleza. Sentiremos paz en el corazón y recordaremos que después de la tormenta viene la calma y que, cuando termina la noche, asoman los albores de un nuevo amanecer…
No deje pasar este día sin tomar la mejor decisión de su vida: recibir a Jesucristo como Señor y Salvador de su vida. ¡Su existencia será transformada!
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