(Germán Novelli Machado – Pastor Iglesia Luterana Sínodo de Missouri y periodista).-
Sonoros martillazos estremecieron las puertas y, por efecto de los ecos, se sintió también en las naves de la Iglesia del Palacio de Wittenberg el 31 de octubre de 1517. El doctor, profesor universitario, educador de la nobleza alemana, Martín Lutero, sacerdote de la orden agustina, usaba este método, clavar a las puertas del templo 95 tesis, en las que daba a conocer su postura frente a las declaraciones papales que enseñaba y ordenaba la utilidad de las indulgencias, a cambio de unas monedas, que concedían a penitentes, vivos o muertos, la salvación plena, la reducción de la pena en el purgatorio, a todos los que cooperaran con el sueño del Papa León X, de construir un gigantesco y lujoso santuario a San Pedro, que serviría como Palacio al sucesor del apóstol de Jesús.
Más de 400 años, casi 500 dentro de poco, de que estos eventos ocurrieran, los mismos luteranos debaten sobre la pertinencia de arreglar su saldo con la historia cismática derivada del tiempo de la Reforma.
Aunque el movimiento ecuménico, que busca la unidad entre todos los cristianos, es de vieja data, cada año, para este mes, se retoma el tema para acercar a los que desean que haya un solo rebaño, con un solo pastor, pero Cristo no sería el pastor, sino quien ocupa en cada tiempo la cátedra de San Pedro que, en siglos pasados tuvo como regentes a León X o Alejandro VI, contrario a lo que Lutero, por la Biblia, enseñó sobre la supremacía de Cristo, como cabeza de la Iglesia y la autoridad absoluta de las Sagradas Escrituras en materia de fe, práctica y doctrina.
El ecumenismo como debate necesario
Para algunos, ya no sólo luteranos, sino de otros movimientos o grupos cristianos, el ecumenismo, además de pasar la página de las vetustas deudas históricas, serviría para mostrar la unidad, basados en la oración de Cristo en Juan 17, especialmente en un mundo, como el de hoy, que la batalla, de nuevo es, entre los cristianos y los turcos, como referencia a la religión del islam, como si la religión falsa fuera la amenaza para las personas, y no el pecado que condena, mata y aleja al hombre eternamente de Dios.
La crisis social y económica presente, además de temas de salud, pareciera haber despertado la conciencia de algunos líderes, del conocido protestantismo, adjetivo que por cierto no aceptan los luteranos confesionales, para clamar la necesaria unidad del rebaño bajo el cayado de un pastor único, reduciendo los principios bíblicos a una canasta de alimentos o jornadas sanitarias o, peor aún, dejando de lado las enseñanzas de Cristo, para enarbolar las banderas de las causas de los pobres y desvalidos.
De vivir Lutero en este tiempo, no dudo que entendería la necesidad de la acción social de la Iglesia en favor de los más pobres, de hecho, fue gracias a la Reforma que las clases bajas aprendieron, en escuelas gratuitas, a leer y escribir, privilegio que era exclusivo de la clase pudiente. Pero, Martín, también habría pedido debatir, ser escuchado, para que la Iglesia regrese al camino que es Solo Cristo, Solo Escritura, Solo Fe y Sola Gracia como los puntos cardinales que distinguen a la Iglesia de Cristo. Predicaría la Ley con todo el rigor de las consecuencias del pecado universal, y el Evangelio con toda la dulzura, apuntando a Jesús como único mediador y salvador. ¿Es esto parte del temario de los diálogos ecuménicos entre católicos, «luteranos» y otros? Todos sabemos que no.
El problema no es con Francisco
En lo personal tengo simpatía por el argentino Jorge Mario Bergoglio. Creo que habla sinceramente contra la injusticia, también que desea la paz entre los seres humanos y lograr cambios en algunas áreas de la iglesia de la que es su máximo líder.
El verbo de Francisco ha movido sentimientos, generado simpatías, aunque también algunos enemigos, no me refiero únicamente a las amenazas de muerte que anunciaron los talibanes, sino de la propia curia romana, que ve con recelo, lo que podría hacer en temas sobre la familia, el celibato, aborto, o aceptar, con su poder supremo por encima de la Biblia, el matrimonio entre personas del mismo sexo, ya permitidos, por los muy ecuménicos mal llamados «luteranos», que dialogan con la Iglesia Romana.
Para los luteranos ortodoxos de hoy, al igual que los reformadores del Siglo XVI, los principios bíblicos no son parte de una agenda política negociable. El Reino de Cristo no es de este mundo. La Iglesia está construida por el Espíritu Santo, no sobre Pedro, sino sobre lo que Pedro confesó: «Tu eres Cristo, Hijo de Dios», el diálogo es que juntos confesemos a Jesús como único mediador y salvador, ambos términos; de las Sagradas Escrituras, como norma absoluta; la Gracia y no a las obras como imprescidibles para recibir el perdón de los pecados y la vida eterna y, de la fe, como don del Espíritu Santo, que usa los medios de gracia, para llevarnos a Jesús. El problema no es con Francisco, enfrentamos a las doctrinas de demonios e hipocresía de mentirosos.
Bergoglio es apenas un elemento de la sucesión papal, el punto de los luteranos confesionales sigue siendo igual frente al Papado que, aunque suene muy duro, lleva las marcas del Anticristo, 2ª Tesalonicenses 2:3-4.
Mientra que el papado siga asegurando que tiene el derecho de interpretar o cambiar la doctrina de Cristo; decidir sobre las almas de vivos o muertos y sosteniendo que su poder está por encima de la Iglesia, cualquier intento o esfuerzo ecumenista es igual a renunciar a Jesús y someterse a la bestia que está sentada en el trono.
No puedo hablar por Lutero, tampoco Lutero puede hablar ni escuchar, ya que partió a la Casa del Padre hace años y de allá para acá ni se habla ni se dejan ver, pero revisando sus escritos y conducta, creo que él preferiría estar frente al Romano Pontífice y/o ante todos los erroristas para sostener con firmeza: «Mientras yo no sea rebatido a través de las Sagradas Escrituras o con razones evidentes, ni quiero ni puedo retractarme, porque ir contra la conciencia es tan penoso como peligroso. ¡Dios me ayude! Amen».