Los cristianos sí podemos y debemos participar en política, pero para ello también es imprescindible cambiar nuestra forma de pensar al respecto, y asumir el reto con valentía
Durante muchos años se ha asumido la idea de que los cristianos no podemos participar en política, por aquello de que la política es sucia y nos vamos a corromper. Esto es lo que nos hicieron creer ciertos líderes a través de enseñanzas erradas, tales como:
Primero: La mala interpretación de aquel versículo, donde el Señor dijo: “Mi Reino no es de este mundo”, en el cual el Señor Jesucristo no se refiere a que tenemos prohibido involucrarnos en política, el texto se trata de que la voluntad de Dios no depende del sistema de este mundo, sino de su propia fuente que está en el cielo, y por la cual sus hijos debemos guiarnos, pero sin coartar la posibilidad de nuestra participación en los asuntos terrenales. Para esto hay que tomar en cuenta que el Señor también dijo: “Ustedes son la luz del mundo”, relacionando así nuestra vida de cristianos con la responsabilidad que debemos tener en la sociedad donde vivimos.
Segundo: La mala interpretación del término política, su origen y propósito. La política en su esencia es el arte de gobernar (asuntos de la ciudad y/o del Estado), cuyo origen se dio en Grecia, por la necesidad de establecer un orden en aquellas ciudades y que posteriormente el resto del mundo imitó. La política es la vía por la cual se gestionan los asuntos públicos, tales como: Agua potable, electricidad, carreteras, construcciones, alimentos, trasportes, entre otros. Por ende, la política está relacionada con todos los sectores de la sociedad. Sociedad en la que los cristianos también habitamos, y en la cual tenemos la necesidad de acceder a los bienes del estado, así como también pagar impuestos, al igual que el resto de los ciudadanos.
Por lo tanto, si nosotros no nos involucramos otros lo van a hacer, y las consecuencias son las que ya conocemos: Corrupción, delitos, humillación, escasez, entre otros. Porque bien está escrito en la palabra, que cuando el impío (el malo) gobierna el pueblo sufre, porque si la luz que debe alumbrar y la sal que debe salar al mundo no cumplen su función el mundo se descompone. Lo correcto es que los cristianos participemos con nuestros propios candidatos, con la finalidad de posicionar a nuestra gente en cargos públicos relevantes, tales como: Diputados (regionales y nacionales), alcaldes, concejales, gobernadores, ministros, embajadores, presidentes, entre otros.
Tercero: La mala concepción de aquella idea, “la letra mata y el espíritu vivifica”, asunto por lo que nos hemos hecho tan espirituales que no nos ocupamos en estudiar y conocer cómo podemos servir desde una institución pública, por lo que nos aterroriza el solo hecho de pensar en asumir algún cargo, porque creemos que lo vamos a hacer mal, o que eso de gerenciar no es para nosotros, y preferimos que la responsabilidad la asuma otro, quedando aislados de la posibilidad de administrar los recursos para la gloria de nuestro Dios y para bienestar de un pueblo.
Por lo tanto, estoy convencido que los cristianos sí podemos y debemos participar en política, pero para ello también es imprescindible cambiar nuestra forma de pensar al respecto, y asumir el reto con valentía. Debemos dejar de ser pasivos y conformistas y ser más activos y organizados. En tal sentido los invito a no mirar la política como una labor sucia, ni con repudio, sino desde el punto de vista del servicio al prójimo, necesaria para dirigir a nuestros pueblos por el buen camino.
Algunos personajes bíblicos que fueron ejemplos como políticos son: David, José, Esther, Nehemías, entre otros. El Señor nos dice: “Esfuérzate y esforcémonos por nuestro pueblo y por las ciudades de nuestro Dios; y haga Jehová lo que bien le parezca” (2 Samuel 10:12). Deuteronomio 17:15 / Lucas 16:9 / 1ª Corintios 12:4-6,28.
Johnson Rodríguez
Colaborador independiente