No todos son llamados a “brillar en las redes” pero sí a “brillar en el mundo”; pero no con nuestra propia luz, que viene siendo algo vanidoso y efímero, sino con la luz de Cristo

(Misión en tiempos difíciles).-
Desde que el 11 de marzo de este año la OMS declara que el COVID-19 se ha vuelto una pandemia, han pasado más de tres meses en que la población mundial se ha puesto progresivamente en confinamiento. Cuando el coronavirus empezó a expandirse en cada Continente, entendimos que era necesario hacer una pausa en nuestras actividades regulares para cuidar la salud de nosotros y la de nuestros seres queridos, y que debíamos acatar las medidas preventivas para evitar la propagación del virus. De esta manera se vio cómo, de un momento a otro, en las ciudades había pocos transeúntes; las escuela, liceos y universidades quedaron solas y cerradas, así como los cines, restaurantes y centros comerciales; y al ver las imágenes de las calles en los medios de difusión, nuestra mente imaginaba un escenario parecido al de una película de zombis.
En el mundo, día a día vemos cómo aumenta el número de infectados y fallecidos; y aquí en Venezuela, aunque se considera que la cantidad de decesos sigue siendo mínima en comparación con otros países de la Región, a nuestra mente viene a diario la misma pregunta: ¿Hasta cuándo seguiremos así, como alejados, escondidos, paralizados, mientras el tiempo pasa arrasando con nuestros planes y metas para este año? ¿Cuándo será que podremos visitarnos y saludarnos con abrazos y besos sin sentir esa duda de si la otra persona está o no infectada? ¿Cuándo podremos volver a nuestras clases en la Universidad, a nuestros trabajos, a nuestras jornadas regulares o a nuestras iglesias?
Tener pensamientos de inutilidad, de pérdida de tiempo o de fracaso puede ser algo común; como cristianos nos preguntamos si estamos siendo iglesia en estos tiempos de cuarentena, y por nuestras costumbres religiosas, nos asusta pensar que ya no nos volveremos a reunir en el templo. Y qué decir de nuestra misión en las Universidades del país, ¿Cómo ejercer nuestro ministerio estudiantil en medio del confinamiento y de riesgo latente de contagio? Ahora más que nunca, seguimos siendo Iglesia porque es allí, en la lejanía, en la distancia, en ese hogar o comunidad donde vivimos, es que demostraremos lo que somos y de qué estamos hechos. Es en medio de esta cuarentena que Dios, a través del Espíritu Santo nos ilumina y ayuda a comprender y saber qué debemos hacer como cristianos durante el confinamiento. El apóstol Pablo, en su epístola a los Romanos, escribe:
«Por tanto, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable (agradable) a Dios, que es el culto racional de ustedes. Y no se adapten (no se conformen) a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable (agradable) y perfecto» (Romanos 12:1-2).
Como creyentes de Jesucristo, el hecho de aprovechar estos tiempos para desarrollar el carácter de Dios en nosotros y hacer crecer nuestra fe, permite que vayamos camino a la santificación. Dicho camino se vuelve nuestro «culto racional», pues todo esto lo hacemos con el fin de agradar a Dios de manera consciente.
Sin embargo, podemos caer en la tentación de la holgazanería y procrastinación, desaprovechando el tiempo, y dejándonos llevar por pensamientos recurrentes de preocupación o angustia, cayendo así en el ciclo peligroso de la queja. Lo cual irá poco a poco desgastando nuestro espíritu, amoldándonos a los pensamientos de este siglo, sin esperanza y sin paz.
Es allí cuando cobra sentido la exhortación de Pablo: «no se adapten (no se conformen) a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente», ya que en la mente libramos la batalla para liberarnos de la tentación y de los pensamientos que afectan nuestro gozo y fe. Cuando decidimos no dejarnos llevar por las preocupaciones mundanales, al poner nuestra mirada en el Señor, podremos comprender Su voluntad para nuestras vidas durante cada etapa difícil que enfrentamos. Y así seremos como lo describe el Salmo 1:3, «…como árbol plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a su tiempo, y su hoja no se marchita, y todo lo que hace prosperará».
Al comprender la voluntad de Dios para cada uno en particular durante esta cuarentena, cobra sentido esos esfuerzos por hacer crecer nuestra fe mediante el fortalecimiento de las disciplinas espirituales, y así podremos saber qué quiere Dios que hagamos ahora como creyentes expandidos, como iglesia en cada hogar, y qué función debemos ejercer de acuerdo a nuestros dones y ministerios:
«Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de ustedes que no piense de sí mismo más de lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno. Pues así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo en Cristo e individualmente miembros los unos de los otros» (Romanos 12:3-5).
Recordemos, pues que, el llamado del Señor es irrevocable. Los tiempos cambian, los estilos de vida, las estrategias y métodos, pero la misión debe ser cumplida. En estos tiempos de aislamiento debemos buscar la dirección del Señor para que nos dé a entender nuestro papel como cristianos hoy. Continúa Pablo diciendo:
«Pero teniendo diferentes dones, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos: si el de profecía, úsese en proporción a la fe; si el de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que da, con liberalidad (con sencillez); el que dirige (presta ayuda), con diligencia; el que muestra misericordia, con alegría» (Romanos 12:6-8).
Cada uno de nosotros podemos compartir la luz de Cristo desde nuestros hogares y contextos, poniendo en práctica los dones dados por el Espíritu, de formas innovadoras y versátiles. La tecnología ha derribado las barreras geográficas y sociales, lo cual permite que cualquier mensaje, información o enseñanza se pueda compartir a muchas personas. Las redes sociales son excelentes aliados a la hora de comunicar el mensaje que da esperanza en tiempos de desesperanza.
Nuestra comunidad ministerial durante estos tiempos de cuarentena, ha venido compartiendo experiencias de misión a través de las diferentes redes sociales; estudiantes y obreros de los Movimientos hermanos, han compartido lo que Dios ha estado haciendo en cada país y hogar, contándonos testimonios de la multiforme gracia de Dios en estos tiempos difíciles.
No todos son llamados a «brillar en las redes» pero sí a «brillar en el mundo»; pero no con nuestra propia luz, que viene siendo algo vanidoso y efímero, sino con la luz de Cristo. Sabemos que en estos tiempos muchos sufren la pérdida de seres queridos, otros se sienten solos, otros tienen ansiedad y estrés por sus finanzas, incluso muchos no tienen qué comer porque han perdido sus empleos o no les alcanza el dinero.
Podemos hacer la diferencia comunicándonos con ellos, orando unos por otros y compartiendo de la gracia que el Señor nos da: alimentos, dinero, vestido, abrigo, aliento y esperanza. No necesitamos estar en el sector donde está nuestra congregación o no es necesario ir muy lejos para ver a alguien con necesidad. La misión está a la vuelta de la esquina, e incluso en nuestros propios hogares. El servicio al Señor y la adoración constante renovará nuestras fuerzas y nos dará gozo.
«Si no permanecemos en la oración, vamos a permanecer en la tentación». John Owen.
No permitamos que el pesimismo o la flojera nos venzan, recordemos que «la noche está muy avanzada, y el día está cerca». «Así brille su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos» (Mateo 5:16). «Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación, al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven. Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2ª Corintios 4:17-18).