«Como ciudad derribada (sin defensa) y sin muro, es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda» (Proverbios 25:28).
La conclusión de la metáfora empleada por el rey Salomón, de una ciudad sin muros, es de pérdida del control, inestabilidad y confusión. Esa es la misma condición de una persona cuyo espíritu no tiene rienda, vale decir, carece de dominio propio. Es incapaz de tener dominio sobre sus emociones y conductas, y está a merced del entorno.
Alrededor de los muros se organizaba la defensa de la ciudad y el ataque a los enemigos e invasores. De modo que una ciudad sin murallas estaba indefensa ante los agresores del entorno, incapaz de protegerse y decidir con autonomía sobre su vida. Sin una muralla para proteger a los habitantes de una ciudad, éstos se veían constantemente hostilizados y asediados, se hallaban vulnerables ante sus enemigos. Esta condición de indefensión mantenía la moral de los habitantes muy baja, y afectaba desfavorablemente el clima psicológico de la ciudad. Si la ciudad era atacada, tenía la opción de rendirse y ser saqueada, pagar tributo de protección, o pelear y sufrir las consecuencias. En todo caso una ciudad en tales condiciones no tenía control ni autonomía propia sobre su destino, pues estaba a merced de sus enemigos.
Aplicada a la vida del hombre, la metáfora de los muros de la ciudad, hace referencia a la autodisciplina o dominio propio como la mejor protección contra las influencias y circunstancias negativas con que el entorno le confronta. Por otra parte, la protección y resguardo que creaban los muros, propiciaba en la ciudad un ambiente de estabilidad, seguridad y orden, lo cual se traducía en desarrollo y progreso. Lo mismo hace la autodisciplina en la vida del hombre, al preservar su identidad, autonomía y autocontrol sobre sí mismo. La autodisciplina es un mecanismo de protección hacia fuera, pero también de autorregulación hacia adentro.
Si un hombre no tiene dominio de sí mismo -autogobierno, templanza- estará a merced de las circunstancias del entorno, o de sus propias emociones. En tal estado su paciencia es muy baja, y sus reacciones emocionales son impredecibles. Una persona sin dominio propio o autodisciplina es una persona que no sabe callarse, que actúa con imprudencia, que no sabe decir no cuando se requiere, que no sabe cómo priorizar el tiempo, entre otros aspectos de su vida que están fuera de control.
Salomón comparó a una persona sin autodisciplina como una ciudad sin muros, incompetente para protegerse del entorno, e incapaz de decidir su destino por sí misma; con el locus de control afuera y no adentro. En psicología se usa el término locus de control para hacer referencia a la percepción que tiene una persona acerca de dónde se localiza el agente causal de los acontecimientos de su vida cotidiana: afuera o adentro de sí misma.
La persona con locus de control interno percibe que los eventos ocurren fundamentalmente como consecuencia de sus propias acciones; existe la percepción de que ella controla su vida. Tal persona valora positivamente el esfuerzo, la habilidad y responsabilidad personal. Por otra parte, la persona con locus de control externo percibe que los eventos que le acontecen son el resultado de variables externas ajenas a ella, como por ejemplo: el azar, el destino, o el poder y decisiones de otras personas. En tal caso la persona percibe que los eventos en su vida no tiene relación con su propio desempeño, vale decir, los eventos no pueden ser controlados por el esfuerzo y la acción propia. Dicha persona atribuye, entonces, la responsabilidad de lo que le ocurre a otras personas. Esta condición convierte a la persona en un individuo pasivo, reactivo, sin asunción de responsabilidad por sus acciones y los resultados que éstas generan.
La autodisciplina es crucial para obtener y mantener el dominio sobre nuestras vidas. Sin autodisciplina no se puede establecer y mantener un rumbo que guíe a la seguridad y a la estabilidad, y sin estos elementos en muy difícil consolidar un ritmo productivo, que facilite el desarrollo del potencial de las personas. Sin autodisciplina el compromiso y la voluntad de hacer no son suficientes. Si la persona se deja llevar por sus propios impulsos, ella misma será su mayor enemigo. Por el contrario, la persona con dominio propio y autodisciplina no es controlada desde afuera, ni es gobernada por sus pasiones y humores. La autodisciplina también es la clave para lograr una gestión emocional funcional y constructiva y desarrollar y/o cambiar hábitos de vida. La autodisciplina se traduce en desempeño efectivo.
La autodisciplina es esencial para establecer límites saludables
Los muros definen los límites de la ciudad, al igual que los límites definen a la persona: su identidad, lo que es y lo que no es. En ese sentido los límites brindan un sentido de propiedad. Los límites son como muros que nos delimitan y diferencian de otras personas. Así al delimitar hasta donde llega nuestra propiedad, permiten también que asumamos la responsabilidad por lo que es nuestro (de los límites hacia adentro es nuestra responsabilidad). Los límites nos permiten demarcar nuestra propiedad (tiempo, emociones, creencias, conductas, valores, habilidades y destrezas, entre otros) para cuidarla. Ahora, se requiere autodisciplina para poder definir límites y, sobre todo, para tener la firmeza de hacerlos valer en las interacciones personales.
El dominio propio nos habilita para establecer límites saludables con las personas con las que nos relacionamos e interactuamos. Los límites permiten a las personas tomar sus propias decisiones con autonomía y vivir segura detrás de los muros –límites– que protegen su identidad.
Ahora, hay dos dimensiones en relación con los límites. Por un lado podemos poner límites a los demás, o mejor dicho, podemos limitar nuestra exposición a conductas de otras que nos resulten tóxicas y perjudiciales. Pero la dimensión más importante con respecto a los límites, es ponernos límites internos, sobre nuestras emociones, deseos e impulsos. En esta área necesitamos mayor dominio propio para decirnos no a nosotros mismos. Para no ceder a nuestros impulsos, porque ceder a ellos puede ser autodesctructivo, o por no ser prudente u oportuno expresarlos en un momento determinado. Ese es el sentido de Proverbios 17:27 (NBD): «El que es entendido refrena sus palabras; el que es prudente controla sus impulsos».
La autodisciplina se evidencia en la capacidad de cambiar y/o adquirir nuevos hábitos
La autodisciplina implica un conjunto de comportamientos y hábitos para mantener una actitud y una línea de acción, cónsonos con unos principios y valores asumidos. La autodisciplina juega un papel fundamental en la calidad de nuestra gestión: emociones, comportamientos, hábitos, etc.
El relación con la gestión de los hábitos, la autodisciplina desempeña un papel crucial en la adquisición desarrollo, eliminación y cambio de hábitos. Y los hábitos son fundamentales en el desempeño de una persona, pues, como dicen algunos estudiosos, el 90 % de nuestras acciones están gobernadas y dirigidas por hábitos que hemos construido.
Cambiar hábitos o desarrollar nuevos hábitos requiere de mucha disciplina. Disciplina y hábito van de la mano. El hábito es el resultado de la disciplina, y la disciplina engendra carácter. Al respecto dice Joyce Meyer: «Nuestro carácter se forma por la falta o presencia de disciplina». Y disciplina es autoeducación voluntaria. Implica resolución, enfoque y constancia.
La autodisciplina se expresa a través de:
Dominio de las palabras. «Por la boca muere el pez», dice un dicho popular. Quien habla sin pensar, yerra. Pero la persona con autodisciplina procede con prudencia al hablar. «Cuidar las palabras es cuidarse uno mismo; el que habla mucho se arruina solo» (Proverbios 13:3). «El que mucho habla, mucho yerra; callar a tiempo es de sabios» (Proverbios 10:19). «El que tiene cuidado de lo que dice nunca se mete en aprietos» (Proverbios 21:23).
Dominio sobre las emociones. La persona con autodisciplina no actúa por impulso. «El iracundo comete locuras, pero el prudente sabe aguantar» (Proverbios 14:17). «La cordura del hombre detiene su furor; y su honra es disimular la ofensa» (Proverbios 19:11). «No te dejes llevar por el enojo que sólo abriga el corazón del necio» (Eclesiastés 7:9). No apresurarse en el espíritu a enojarse nos habla de autocontrol.
Enseñanzas para el liderazgo:
Si se logra el dominio de los pensamientos, se regulan las emociones y los comportamientos.
Tener dominio propio es saber tomar las medidas necesarias para desarrollar, a la vez que cuidar y proteger los recursos con que cada persona ha sido dotada (dones, talentos, habilidades, personalidad, etc.).
La autodisciplina es fundamental para el desarrollo de las habilidades y destrezas para el desempeño efectivo.
La autodisciplina es fundamental para el dominio en las áreas vitales de la visión de un líder: gestión efectiva del tiempo, ejecución de la tarea, construcción de las relaciones y comprensión y manejo del contexto.
Pensamiento: El dominio del liderazgo es el dominio de uno mismo: de su emocionalidad, de sus talentos, de sus habilidades, de sus potencialidades; de su carácter.
Arnoldo Arana
Pastor, psicoterapeuta y escritor
arnoldoarana@hotmail.com