«Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos» (2ª Corintios 4:8-9).
Un fenómeno que está sacudiendo al mundo cristiano es el suicidio de creyentes, e incluso, de pastores y líderes. Es algo que no hay manera de justificar por las Escrituras, no tiene nada que ver con el camino de la fe, ni con Cristo. Porque estamos en este mundo con un propósito, y sí hemos conocido a Cristo, sabemos que tenemos que someternos bajo de su Voluntad.
El creyente que conoce a su Señor, sabe que vendrán pruebas, y situaciones difíciles. También sabrá, que de todas ellas lo librará el Señor Jesucristo. Pienso que hay mucha gente en la iglesia que realmente no ha creído. Unos que nacieron en una familia cristiana, fueron a la iglesia toda su vida, pero nunca se han convertido. Otros que realmente han creído, han perdido la fe, se han dejado arrebatar la semilla de la fe, han dado cabida a ataduras de incredulidad oyendo y leyendo, a falsos maestros y profetas. Porque la fe hay que guardarla; «he peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe» (2ª Timoteo 4:7).
Hay creyentes que pierden la confianza en Cristo: «Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio» (Hebreos 3:14). Si no retenemos hasta el fin la confianza, no agrandamos a Dios, y es algo que nos corresponde a nosotros hacer. Cuando estamos en Cristo, seremos como aquel hombre que construyó su casa sobre la roca. Pueden venir tormentas, ríos, tribulación, pero nada la podrá derribar.
Porque los hijos de Dios, dicen: «hágase Señor tu voluntad, y no la mía», y allí termina todo conflicto. También dicen los hijos de Dios: «El Señor dio, el Señor quitó, sea bendito el Nombre del Señor»; allí se acaba todo conflicto.
¡Dios te bendiga!
Fernando Regnault
Articulista