(Liliana Daymar González – Periodista).-
Cuando vemos a un recién nacido de manera instintiva le buscamos el parecido con sus progenitores o con alguno de sus familiares cercanos. Frecuentemente decimos: Sacó la nariz del abuelo, o tiene el color de piel de la madre, y a medida que va creciendo notamos que manifiesta comportamientos semejantes a su padre. Sabemos que heredamos genéticamente los caracteres físicos e incluso algunas enfermedades de nuestros padres y antepasados y que éstos seguirán transfiriéndose de generación en generación. Pero ¿sabías que también recibimos una herencia psicológica, como la predisposición a la agresividad, al perfeccionismo, la depresión, la falta de perdón, la tendencia a mentir, a la rebeldía y a la baja autoestima? ¿Has notado si en tu familia se repiten patrones de conducta o hechos muy particulares como el ocultismo, la infidelidad, el divorcio, el alcoholismo, el homosexualismo, la promiscuidad, el crimen y el suicidio? Revisa tu árbol genealógico, de seguro te sorprenderás con ciertos descubrimientos.
Así como vemos a los miembros de una misma familias morir de cáncer, sabemos de otros que son propensos a fallecer de manera trágica, tal es el caso de los Kennedy por ejemplo. Los hechos que le adjudicamos a la mala suerte, al destino, a un error o a la casualidad tienen en realidad un trasfondo espiritual. Recibimos un pernicioso legado generacional como si alguien nos colocara unos grilletes o esposas invisibles que nos atan cual reos a toda clase de adicciones y pecados.
Espero no te espantes, pero debo aclarar que hay un mundo espiritual que aunque no podamos ver, existe, y es tan real como el espacio físico donde nos desenvolvemos. Allí Dios tiene un maravilloso plan de redención y el diablo tiene otro fraguado para destruirnos y robarnos la Salvación. En el reino de las tinieblas Satanás le asigna un demonio a una persona o a familias completas y es el responsable de las maldiciones generacionales. Por ese motivo, «nuestra lucha es contra principados, autoridades y potestades que dominan el mundo de las tinieblas» (Efesios 6:12).
La buena noticia es que podemos romper las cadenas que nos mantienen cautivos. Dios nos llamó a libertad, a alcanzar una vida fructífera y abundante. Esa herencia no tenemos porqué aceptarla, al contrario, ¡recházala!, recuerda que cuando crees y recibes a Cristo como el Salvador de tu vida Él inicia una obra de restauración en tu persona. «Obtienes redención por su sangre y el perdón de los pecados según las riquezas de su gracia» (Efesios 1:7). «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2ª Corintios 5:17).
En oración pide al Espíritu Santo te revele si hay en tus hijos, sobrinos, nietos un patrón de atadura generacional que debas atacar. En mi caso, durante muchos años fui fuertemente asediada por un espíritu de divorcio. Crecí en un hogar disfuncional y creí la mentira satánica de que la separación era la solución a los conflictos matrimoniales. No aceptes las mentiras que el diablo y sus demonios han sembrado en tu mente, «tú tienes potestad de hollar serpientes y escorpiones y sobre toda fuerza del enemigo; nada podrá dañarte» (Lucas 10:18-19).
Pero para que el poder de Dios te proteja del mal debes hacer tu parte. Renuncia al pecado y cierra de una vez y para siempre el canal que mantienes abierto por donde le concedes al diablo derecho legal para entrar en tu vida y en la de tus seres queridos. Me refiero a tu mal carácter, al orgullo, a la envidia, al hábito de mentir por ejemplo, a un pecado oculto como la pornografía o la infidelidad. Sólo tú sabes a qué debes renunciar.
Confiesa y arrepiéntete de tus pecados y de los pecados de tus familiares, aunque no tengas conocimiento ni manera de saberlos, Dios sí los conoces, y recibirás el perdón y la sanidad espiritual en tu hogar.
Renuncia a traumas de tu infancia y adolescencia: violencia doméstica, violación, maltrataros físicos y psicológicos, eso también pasa a otras generaciones. Los hijos siempre repiten por imitación las conductas de sus padres y el ambiente donde crecen afectará su desarrollo y definirá sus relaciones futuras. No les des malos ejemplos, no les transfieras tus sentimientos negativos hacia algo o alguien. Mira que el miedo, la falta de perdón o el odio también se heredan. Y vas creando una cadena de dolor, y llevar ese dolor se hace parte de tu personalidad. Lo más importante es romper las cadenas que te mantienen atado, porque impactas los eslabones inmediatos (hijos y nietos) liberándolos también a ellos.
Aprópiate de las promesas de Cristo manifiestas en su Palabra. Alaba, adora, el nombre del Señor y por sobre todas las cosas emula los hábitos y la conducta de Jesús.
Cultiva en ti y en los tuyos los frutos espirituales: «Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza» (Gálatas 5:22-23).
En Éxodo 20:5-6, leemos que Dios castigó la desobediencia del pueblo de Israel hasta la tercera y cuarta generación, y es misericordioso con los que nos arrepentimos, lo amamos y guardamos sus mandamientos. Así pues, la unción del Espíritu Santo también pasa de padres a hijos.
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