Aunque cueste admitirlo, el deterioro social en el que vivimos emerge de nuestros hogares. La ola de crimen y violencia procede de un núcleo familiar desordenado e indiferente a los principios divinos. Hasta que los seres humanos alcancen temor de Dios seguirán comportándose como bestias.
Que nadie se equivoque, pues Dios no se complace en la maldad ni en la injusticia: «¿Acaso me complazco yo en la muerte del impío -declara el Señor Dios- y no en que se aparte de sus caminos y viva?» (Ezequiel 18:23). El anhelo de Dios es que todos los hombres procedan al arrepentimiento y lleguen al conocimiento de la verdad. «Pero, ¿cómo van a confiar en el Señor si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oír de él si no hay quien les cuente el mensaje?» (Romanos 10:14). Esto nos recuerda la obligación que tenemos los cristianos de predicar el evangelio a toda criatura creada a la imagen de Dios.
Muchas personas condenan el pecado en el tejado ajeno, pero jamás lo reconocen en sus propias vidas. Condenan la homosexualidad, pero no condenan los malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos y falsos testimonios que proceden de sus propios corazones (Mateo 15:19). Cuando Jesucristo vino al mundo no llamó a los que se consideraban «justos», sino que llamó a los pecadores de mala fama, a los estafadores, prostitutas, criminales y viciosos. El Señor no se avergonzó de reunirse con la «escoria» de la sociedad. Ante las críticas de los escandalizados fariseos, defendió su proceder diciendo: «Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos» (Lucas 5:31). A ellos les dio la buena noticia de salvación. Les explicó que siendo rectos en su manera de vivir alcanzarían la gracia de Dios y el perdón de sus pecados. Solo Jesucristo puede sanar una sociedad enferma. Él vino a reconciliar a la humanidad con Dios y dio su vida para comprar nuestra libertad (1ª Timoteo 2:5). No dejes que la emoción de la juventud te lleve a olvidarte de tu Creador. Antes de que tu cuerpo regrese al polvo y tu espíritu pase a la eternidad, teme a Dios y obedece sus mandamientos, «pues Dios juzgará toda obra, buena o mala, aun la realizada en secreto» (Eclesiastés 12:14). Y ese día cada hombre deseará con todo su corazón entrar al reposo del Señor.
Liliana Daymar González
Periodista
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