(Sixto Porras – Escritor, consejero familiar y conferencista).-
Cuando creemos que podemos alcanzar lo que soñamos, se produce la esperanza. La esperanza alimenta los sueños y genera ilusión por el futuro. Es la esperanza la que da alegría y genera expectativa por el mañana. Ella es producto de una actitud positiva ante la vida y trae beneficios en todo sentido, brinda confianza y saca lo mejor de nosotros, haciendo que seamos más amistosos con las demás personas y más, aún, con los miembros de la familia. También conlleva motivación que nos mueve a la acción. Cuando alguien tiene esperanza, tiene más probabilidades de alcanzar las metas propuestas y aumenta la posibilidad de obtener mejores resultados. Un individuo con esperanza se plantea más objetivos en la vida.
La esperanza no ignora las dificultades ni los problemas, es más bien la que nos dirige a buscar soluciones. Las personas con esperanza tienden a ver los obstáculos como pruebas por superar y se sienten en la capacidad de hacerlo.
Es la esperanza la que nos trae la convicción de que los problemas no duran para siempre, de que todo pasa y de que las heridas del camino sanarán con el tiempo. La esperanza hace que surja fuerza de nuestro interior, es la que nos permite ver la luz en el horizonte y nos guía de la oscuridad a la claridad, haciéndonos comprender que vienen días mejores. Es la esperanza la que nos hace enfrentar con buen ánimo la circunstancia adversa, la noticia que no nos agrada y la decepción que no esperábamos. Es la esperanza la que combate los pensamientos de descalificación y transforma las limitaciones circunstanciales en la confianza de que vendrán nuevas oportunidades. Es la esperanza la que nos hace vivir la vida en plenitud.
La esperanza no surge del lugar donde vivimos, las comodidades que tenemos o el auto que lucimos, sino que la produce la condición del corazón, la gratitud, la fe, la constancia y el buen ánimo. Eso que otorga significado verdadero a la vida.
La esperanza nos hace estar despiertos. Sin esperanza, las personas pierden la ilusión por la vida y la confianza, y sienten que no vale la pena intentar nada.
La esperanza es una conquista del corazón; se debe buscar en medio de la alabanza, la gratitud y la confianza plena en Dios, pues es lo que nos hace ordenar a nuestras emociones que descansen en Él. Tal y como lo hizo el salmista: «¿Por qué voy a inquietarme? ¿Por qué me voy a angustiar? En Dios pondré mi esperanza y todavía lo alabaré. ¡Él es mi Salvador y mi Dios!» (Salmos 42:5).
¿De qué se alimenta la esperanza?
1. Las metas: una persona con esperanza se propone metas y, quien lo hace, aumenta su nivel de motivación interna. Las metas nos obligan a ver hacia el mañana con buen ánimo. Existen más probabilidades de éxito y de lograr las metas cuando tenemos esperanza.
2. El plan: las metas requieren un plan para ser alcanzadas, un plan que integre varias alternativas y formas de lograrlo. Es elaborar la estrategia lo que conducirá a los objetivos propuestos. La falta de esperanza hace que la persona se vuelva lenta en la elaboración de sus planes y tienda a abandonar sus proyectos ante los primeros contratiempos. La vida es una carrera de obstáculos y la esperanza produce la perseverancia necesaria para vencerlos. La esperanza nos hace sentir que, al final, lo lograremos y por eso nos mantenemos caminando persistentemente.
3. La confianza: la confianza surge cuando el fundamento es seguro, y el mejor fundamento para la vida es poner toda nuestra confianza en Dios. Para esto debemos llenar nuestras mentes y corazones con la Palabra de Dios y convertirla en la guía para nuestra existencia. Quizá este par de citas bíblicas le den el empujón que usted necesita:
«No tengan miedo -les respondió Moisés-. Mantengan sus posiciones, que hoy mismo serán testigos de la salvación que el Señor realizará en favor de ustedes. A esos egipcios que hoy ven, ¡jamás volverán a verlos! Ustedes quédense quietos, que el Señor presentará batalla por ustedes» (Éxodo 14:13-14).
«El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes pastos me hace descansar. Junto a tranquilas aguas me conduce; me infunde nuevas fuerzas. Me guía por sendas de justicia por amor a su nombre. Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a mi lado; tu vara de pastor me reconforta» (Salmos 23:1-4).
La confianza surge al valorar la capacidad que tenemos para alcanzar lo que nos hemos propuesto. Es la confianza la que nos impulsa a decir: «Tengo un gran plan y lo voy a lograr porque yo puedo hacerlo». «He tomado la decisión correcta y alcanzaré lo que he planeado». «Daré lo mejor de mí para lograrlo».
Tomado de su libro «De regreso a casa». Casa Creación. Usado con permiso