Para alcanzar un cuerpo perfecto y glorificado primero debemos procurar tener salvación y perseverar en paz y santidad, de esta manera el Señor nos entregará un celestial y eterno

En todas las etapas de la vida procuramos mantener un cuerpo saludable. Para algunos, la salud es la ausencia de enfermedades o no tener padecimientos físicos que coloquen en riesgo vital a nuestro ser. Para otros entes, es un estado de bienestar no solo físico, sino también mental y social.
Generalmente, los expertos recomiendan mantener: Una dieta balanceada, realizar ejercicios cotidianamente, no consumir alcohol, no fumar, evitar el sedentarismo, dormir 8 horas, tomar 1 litro de agua mínimo, evitar el estrés. Estas 8 razones son sometidas a consulta por el facultativo en la visita médica debido a un malestar en nuestro cuerpo.
Ahora bien, si tomáramos en cuenta a los creadores de ese cuerpo (Padre, Hijo y Espíritu Santo. Génesis 1:26), en verdad no sería tan complicado controlar su correcto funcionamiento físico, emocional y espiritual, pero algunos viven sin considerar Su Palabra. Ese manual de instrucciones dado a los humanos para caminar el día a día. Así como, cuando se descompone el vehículo y esa falla se muestra en el tablero electrónico, inmediatamente ubicamos el manual de fabricante o a un especialista.
El cuerpo humano también emite señales cuando algo no está bien. Hasta las llamadas enfermedades silenciosas como la hipertensión, manifiestan cambios notorios en el carácter y temperamento de quien la padece; y aun así muchos van diariamente viviendo en completo desinterés y abandono de los cuidados requeridos para salvaguardarse.
Mientras se vive de espalda a los creadores, en pecado, como nos muestra 1ª Juan 3:4, “Todo el que peca, desobedece la ley de Dios, porque el pecado consiste en desobedecer a Dios”, sin importar cumplir las normas del debido uso, corremos el riesgo de dañar el funcionamiento del cuerpo. El Señor nos orienta, enseña y exhorta en su palabra a cuidar el cuerpo con todo nuestro ser: Corazón, alma y mente (Mateo 22:37-39), indicándonos que debemos amar al Señor Nuestro Dios sobre todas las cosas.
Muchos pierden dinero, tiempo y esfuerzo en preservar un cuerpo destinado a padecer en vez de procurar tener un cuerpo perfecto, glorificado, sin arrugas y sin manchas. Encontramos numerosas promesas de bendición para todo el que cree en el Hijo. A todo aquel que espera confiadamente en obediencia para alcanzar un cuerpo glorificado, parecido al de Jesucristo (1ª Juan 3:2); donde su gloria esté manifestada en nosotros (Colosenses 3:4); reconociéndonos como ciudadanos del Reino, mientras aguardamos su venida, donde nuestros débiles cuerpos serán transformados semejantes a su gloria (Filipenses 3:20-21).
El apóstol Pablo nos enseña en su epístola a los Corintios en el capítulo 15, versículo 47, señalando que el primer hombre (Adán) es terrenal; y el segundo hombre, que es el Señor es celestial. Adán caminó con un cuerpo con el soplo del Espíritu Santo y tuvo una relación directa con Dios (Génesis 2). Sus pensamientos y obras eran llenas de bondad y sin distracciones, tenía una gloria terrenal, antes de pecar; para nada parecida a la obtenida en cualquier quirófano de estética o gimnasio. Pero la gloria celestial proviene de la resurrección de Jesucristo; porque si Jesús no resucitó vana es nuestra fe (1ª Corintios 15:14).
Para alcanzar un cuerpo perfecto y glorificado primero debemos procurar tener salvación (Juan 3:16) y perseverar en paz y santidad (Hebreos 12:14), de esta manera el Señor nos entregará un celestial y eterno. Mantengamos el anhelo en nuestros corazones de llegar a tener un cuerpo glorificado en nuestro ser, proporcionándole verdaderos cuidados por medio de la guía Espíritu Santo, mostrando un genuino arrepentimiento por los pecados cometidos y recibiendo perdón por cada uno de ellos.
Julio Almedo
Informático