Cualquiera puede ser inteligente, pero sabio muy pocos.

La inteligencia se adquiere, la sabiduría se desarrolla, el inteligente sabe qué hacer, pero el sabio sabe cómo, cuándo y por qué hacerlo.
El inteligente se pregunta: ¿Qué gano yo? Mientras que el sabio se pregunta: ¿Cómo afecta a los demás?
El inteligente actúa motivado por el interés personal, independientemente de las consecuencias de sus actos, mientras que el sabio actúa motivado por la convicción de los valores, considerando en todos los casos, las consecuencias de sus actos.
El inteligente es controlado por su ego, mientras que el sabio lo trasciende, actuando desde su ser espiritual.
El inteligente tiene un precio y el sabio un valor, en consecuencia; el inteligente sabe el precio de las cosas, pero el sabio conoce el valor de todo.
El inteligente hace las cosas que su conocimiento le permite, el sabio puede hacer lo mismo; sin embargo, se rehúsa a hacer aquello que no contribuye al bien común.
El inteligente actúa por su capacidad cognitiva, pero el sabio actúa de acuerdo con su valor ético moral y espiritual.
El inteligente acumula conocimiento, mientras que el sabio desarrolla el carácter, a fin de darle un buen uso al conocimiento.
El inteligente puede destruir el mundo, mientras que el sabio jamás lo hará.
¿Si estuvieras en peligro, en manos de quién quisieras estar: en las manos del inteligente o en las manos del sabio?
¿Quiénes gobernarían mejor el mundo: los inteligentes o los sabios?
Tenemos a mucha gente inteligente haciendo mal las cosas, que solo los sabios las harían muy bien.
Tenemos a mucha gente inteligente encumbrada en la cima de la popularidad, mientras que los sabios prefieren guardar un bajo perfil, porque para ellos ser popular no tiene ningún valor. Ser útiles a los demás es su mayor virtud.
Para el inteligente el éxito se trata de números, popularidad y estatus, todo se basa en el tener y el hacer para llegar a ser, mientras que el sabio vive desde el ser, sabe que no está aquí para competir con nadie, sino para ayuda a otros.
El inteligente sabe lo que quiere, mientras que sabio sabe lo que necesita.
El inteligente intenta demostrar cuánto sabe a todos, mientras que el sabio sabe que no necesita demostrar nada a nadie.
El inteligente presume constantemente de su saber, pero ignora con frecuencia quién es y cuál es su propósito en la vida; en cambio, el sabio no presume de nada, pero conoce su lugar en la vida, y lo ocupa sin importarle la opinión de otros, porque no tiene ninguna duda de quién es.
Si tuvieras que definir a Jesucristo, ¿cuál sería tu veredicto; era sabio o inteligente?
Quizás hayas respondido sabio, pero era ambas cosas, era sumamente inteligente, pero solo hacía uso de esa inteligencia por medio de su sabiduría.
No es malo ser inteligente, lo malo es no desarrollar un carácter sabio para administrar apropiadamente tu inteligencia.
Sé muy inteligente, pero actúa todas las veces por medio de tu sabiduría.
“Si la sabiduría no lo aprueba, no es inteligente hacerlo”.
Miguel Ángel León R.
Apóstol, psicólogo y escritor