El elogio es como un fuego dulce que pone al descubierto el brillo del carácter o la escoria que lo recubre

“El crisol prueba la plata y la hornaza el oro, y al hombre la boca del que lo alaba” (Proverbios 27:21).
Bien interesante la forma como la Traducción en Lenguaje Actual vierte al español nuestro versículo: “Con el fuego se descubre qué clase de metal tenemos; con los elogios se descubre qué clase de persona somos”. ¿Podemos decir qué clase de personas somos? Usualmente creemos que sí. Hay quienes ante ciertas circunstancias dicen: “yo soy del tipo de persona que…”, y añaden alguna cualidad o defecto. Otros dicen “el que me busca me encuentra” y otros lo expresan así: “yo me conozco” o “así soy yo”. Todo parece indicar que las personas saben cómo reaccionan ante ciertos estímulos. Pero, ¿cómo responden ante el elogio?
Lo interesante es que no se trata de una lisonja, sino de un elogio verdadero. El diccionario nos muestra que un elogio es una “alabanza de las cualidades y méritos de alguien o de algo” (RAE). Hay quienes saben recibir una palabra de reconocimiento, pero hay otros que simplemente no saben qué hacer. Yo por un tiempo me pregunté por qué después de una buena enseñanza o predicación no aceptamos con gratitud el reconocimiento; en su lugar decimos el afectado “que Dios reciba toda la gloria”. ¡Claro que sí! Pero la humildad no impide un sincero “muchas gracias”, ni le roba gloria al Señor.
Hay quienes se enferman cuando los elogian y otros demuestran que ya lo están, sea que los elogien a ellos o cuando escuchan que alaban a otros como fue el caso de Saúl cuando exaltaban a David; otros ―los peores― se auto elogian. ¡Cuidado!, el elogio es como un fuego dulce que pone al descubierto el brillo del carácter o la escoria que lo recubre.
Eduardo Padrón
Pastor, comunicador y escritor
edupadron@gmail.com