Transcurrieron los años y Jesús dejó de ser un bebé y pasó a ser un niño, y más adelante un joven y, en definitiva, se convirtió en un hombre. Le conocían como el nazareno, el hijo de José el carpintero y de María, el hombre que hacía milagros… Pero Él era Dios hecho hombre, y no se daban cuenta. Y aquel Dios hecho hombre transitó por este mundo llenando de luz la vida de los que le rodeaban. Fue amado por muchos, pero amó a todos, sin excepción.
Y poco a poco el plan eterno de Dios se iba cumpliendo, y unos hombres de la secta de los fariseos maquinaron para deshacerse de Jesús. Y uno de sus doce amigos más cercanos resultó tener un precio. Y como dos y dos son cuatro, los fariseos compraron a Judas por treinta monedas de plata.
Y Jesús fue crucificado y murió. Y aquella noche también fue una noche oscura. Terriblemente oscura. Oscuridad en la tierra, y tristeza oscura y espesa en los corazones de los muchos que amaban a Jesús… Pero aquella cruz, vista con la perspectiva de 2.000 años, llena la historia de luz.
La misma luz que brillaba en los ojos de aquellas mujeres que, muertas de tristeza, hallaron el sepulcro vacío y que, después, ¡se encontraron con el mismo Jesús! ¡Vivo!
La misma luz de aquellos amigos de Jesús que, sin acabar de creerse lo que decían las mujeres, fueron a comprobar por sí mismos lo que les estaban diciendo. Y que cuando Jesús se les apareció, después del miedo inicial, irradiaban gozo y alegría a cualquiera que se cruzaba con ellos. Incluso el avergonzado Pedro, que había negado a Jesús. Incluso el escéptico Tomás, cuando al fin estuvo con Él y tocó sus cicatrices.
La luz que desprendía la cruz ya vencida salía por los poros de todos aquellos que estuvieron con Jesús en las semanas siguientes.
Y entonces llegó el día en que Jesús ya había cumplido su misión en este mundo. Y subió al cielo rodeado de luz, porque iba a preparar lugar para todos aquellos que a lo largo de estos dos mil años han decidido ser sus amigos.
Y vuelvo a Belén. A aquella madre joven y primeriza que acaba de dar a luz y a su esposo José, a quien el ángel le dijo que el bebé salvaría a su pueblo de sus pecados. Y así lo hizo. En la oscura y luminosa cruz.
Y un día volverá. Sí, ven Señor Jesús.
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Sara Jorda
Articulista