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La oración, ¿un comodín espiritual?

(Néstor A. Blanco S. – Escritor).-

En  junio del 2011 escribimos  Una propuesta para superar la crisis espiritual por carencia de vida de oración en los cristianos. Teníamos -y aún la tenemos- una necesidad existencial de dedicar especial atención al problema de la crítica situación de la oración como categoría espiritual en la iglesia hoy; convencidos como estamos de que el éxito y el fracaso de los creyentes están indisolublemente relacionados, más que con su oración a secas, con su vida de oración.
Los discípulos le pidieron al Señor que los enseñara a orar, a pesar de que manejaban con destreza la tradición oracional que habían heredado del judaísmo milenario. Jesús, con sus sentencias había hecho polvo esa práctica de oración de un liderazgo esclerosado al que consideraba hipócrita.
Para entender la naturaleza de esta crisis es necesario examinar los conceptos que forman parte de nuestra fe aunque no sean parte de la revelación de Dios. Conceptualizar a la oración como «hablar con Dios» ha venido a formar parte del vocabulario del mundo cristiano. No hay certeza de cuándo y dónde se generó esta especie; pero hay indicios de que fue en los albores de la iglesia, en las enseñanzas de San Juan Crisóstomo, Arzobispo de Constantinopla, y de San Gregorio Obispo de Niza, en la segunda mitad del siglo III: «La oración es una conversación o coloquio con Dios. La Oración es hablar con Dios».  
El uso superficial y doméstico que se le ha dado a este concepto tan disminuido, está referido al acto de orar a secas; es decir, a un momento cuando un individuo decide, por alguna razón, «hablar» con Dios, sin que necesariamente  «eso» afecte su devoción. De hecho, una gran cantidad de creyentes ha manifestado que no sabe «qué decir» cuando sienten que las palabras se les agotaron. Piensan entonces que ya no tienen más por «qué» orar.  Es evidente que relacionan forzosamente el orar con el hablar o con el pedir.
El evangelio de Marcos ofrece una cantidad de detalles que revelan un aspecto de la vida de Jesús que ha sido muy poco estudiado: su vida de oración. Como un judío de su generación, obviamente respetaba la práctica que en ese sentido cumplían sus conterráneos. A pesar de que su ministerio era sumamente exitoso, al punto de que, a veces tenía que apartarse para comer o descansar con su equipo, o hacer espacio en el agua para darle lugar a la gente cuando ministraba en las playas del mar de Galilea; ¡nunca permitió que ese éxito le robara tiempo personal de devoción con el Padre! En este aspecto la actitud de Cristo no tiene paralelos.  Nadie, en el concierto de la historia bíblica oró así. Ningún otro personaje de la Escritura ofreció un respeto semejante por la oración en términos de devoción.
Es hermosa la narración del evangelista Marcos: «Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba» (Marcos 1:35). A veces pasaba toda la noche orando. ¡Nos cuesta entender eso! La crisis de los discípulos los llevó a replantearse la práctica de la oración cuando notaron cuán lejos estaba su modelo de la vida de oración de Jesús. Esa crisis en la iglesia de hoy es de mayores dimensiones, porque oramos consuetudinariamente con la misma rutina, a pesar de manejar una información que ya tiene dos milenios. El pastor John Ortberg dice: Las oraciones de desesperación han sido el comienzo de la vida espiritual para muchas personas. Sin embargo, esas oraciones, en sí mismas no son suficientes para sostener la vida espiritual. Muchos de nosotros caemos en un esquema de conducta según el cual, los únicos momentos en que oramos son aquellos en que nos impulsa a hacerlo una crisis de angustia; el resto del tiempo nos apoyamos en nuestra propia fortaleza y en nuestro ingenio.
Hay que hacer acopio de honestidad para aceptar la posición de minusvalía que tiene hoy la oración tanto en el ámbito organizacional como en el personal. Cuando nos reunimos para organizar eventos, generalmente lo último que se «planifica»; si es que acaso se hace, es la oración, y eso, sólo cuando alguien tímidamente recuerda que «también» sería bueno incluir una «comisión» de oración. Es decir, la oración está en nuestra cultura religiosa pero está fuera de nuestra vida. La usamos solo para pedir. Cristo, en cambio sentenció que orar es pedir, buscar y llamar. La escritora Betty H. Constance nos dice: «…la oración es la relación del creyente con Cristo. No es algo que yo hago en esa relación, sino que es la relación en sí misma».
Amigos: Conceptualizar la oración como «hablar con Dios» es tan inexacto como creer que comer es abrir la boca. Orar es un encuentro de dos mundos; el mundo tuyo y el de Dios; y todo encuentro con Dios produce un cambio, porque la razón fundamental de la vida cristiana es que seamos transformados. Nadie se acerca a Dios y sale igual. Más importante que orar, es lograr construir una «vida de oración» como la tuvo Jesús. Él te espera en el altar. ¿Vienes?
blanconestor47@gmail.com

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