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¿Qué significa temer a Dios?, Liliana González de Benítez

Para los que hemos puesto nuestra fe en Jesucristo, el temor de Dios significa sumisión reverente que conduce a la obediencia

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Hay personas que malinterpretan el temor de Dios; creen que se refiere a tenerle miedo a Dios. La idea de un Dios perseguidor y castigador es una de las enseñanzas más populares que ha creado la religión. Sin embargo, la Biblia enseña lo contrario. El libro de Proverbios dice: “El temor del Señor conduce a la vida; da un sueño tranquilo y evita los problemas” (Proverbios 19:23. NVI).
Hasta que alcancemos un conocimiento real y verdadero de quien es Dios y de lo que hizo por nosotros a través de Jesucristo no dejaremos de temer. El miedo penetró en el corazón del ser humano cuando Adán y Eva pecaron: “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo” (Génesis 3:10).
Ambos se escondieron de la presencia del Señor por temor al castigo que recibirían por su desobediencia. Mientras se mantuvieron unidos al perfecto amor de Dios no sufrieron temor, porque “en el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (1ª Juan 4:18).
Desde aquel fatídico día el pecado infectó como un virus mortal a la raza humana y la incapacitó para amar y obedecer perfectamente la ley de Dios. Sin embargo, la caída del hombre no tomó por sorpresa a Dios. Él tenía un plan para salvar a los perdidos. Cristo es ese plan. Dios envió a su único Hijo al mundo “para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:15).
Este es el mensaje del evangelio: El Dios del cielo se hizo hombre y vino al mundo a vivir la vida perfecta que nosotros no podíamos vivir y a sufrir la muerte que nosotros merecemos por causa de nuestros pecados. “Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). La persona que cree en Jesucristo y se arrepiente genuinamente de sus maldades obtiene la redención de sus pecados, paz con Dios y vida eterna.
Los que no creen en Jesús “sufrirán el castigo de eterna destrucción, serán excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2ª Tesalonicenses 1:9). “Estos irán al castigo eterno, pero los justos a la vida eterna” (Mateo 25:46). Por lo tanto, las personas que viven de espaldas a Dios son las que deberían sentir temor (Lucas 12:5).
Aquellos que hemos depositado nuestra confianza en el Señor no tememos, porque sabemos que tenemos un Salvador que venció la muerte. Un creyente no teme al juicio final porque sabe que Cristo pagó el precio de sus pecados con su sangre en la cruz (1ª Pedro 2:24; Efesios 1:7); tampoco teme a la muerte, porque no hay muerte eterna. El alma de un cristiano está guardada para ser presentada sin mancha y sin caída en presencia de la gloria del Señor (Judas 1:24).
Entonces, ¿qué es el temor de Dios? Para los que hemos puesto nuestra fe en Jesucristo, el temor de Dios significa sumisión reverente que conduce a la obediencia.
Los que temen a Dios han reconocido su condición pecaminosa ante la santidad y perfección del Señor. Quien teme a Dios se aparta del mal, cumple Sus preceptos y camina con rectitud.
El libro de proverbios enseña el valor inestimable de temer a Dios:
“El temor del Señor es el principio de la sabiduría; los necios desprecian la sabiduría y la instrucción” (Proverbios 1:7).
“El que teme al Señor descubrirá el conocimiento de Dios” (Proverbios 2:5).
“El que teme al Señor aborrece el pecado” (Proverbios 8:13).
“El temor del Señor añade años a la vida” (Proverbios 10:27).
“El temor del Señor es una fortaleza segura” (Proverbios 14:26).
“El temor del Señor es una fuente de vida” (Proverbios 14.27).
Ora la Palabra: Señor, gracias por el enorme sacrificio que hiciste al enviar a tu único y amado Hijo a morir en la cruz por mis pecados. Perdóname cuando siento temor a lo que pueda hacerme el hombre o las diversas pruebas a las que soy sometido. Hoy sé, por mi fe en Jesús, que nada me puede condenar y nada me puede separar de Tu gran amor e infinita misericordia (Romanos 8:1; 8:38-39). Gracias, Señor, por este regalo inmerecido.

Liliana González de Benítez
Periodista y autora
lili15daymar@hotmail.com

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