(Héctor Márquez – Psicólogo Clínico y Teólogo).-
Pedro tiene 10 años, estudia quinto grado y no hay quejas importantes respecto a su conducta, salvo que parece «vivir en las nubes». Su mamá está preocupada porque él no presta suficiente atención y por eso mismo incurre con frecuencia en errores con las labores escolares y con otras actividades. Le cuesta mucho concentrarse, seguir instrucciones, finalizar tareas u obligaciones; no es lo ordenado que debiera y a menudo parece no escuchar cuando se le habla. La madre de Pedro también refiere que éste es renuente o le disgusta dedicarse a tareas que requieren un esfuerzo mental sostenido, que se distrae fácilmente por cualquier cosa y que suele extraviar objetos necesarios para hacer sus tareas o actividades. No por meras ganas la desconcertada madre de este niño concluye diciendo: ¡Mi hijo es demasiado distraído!
El comportamiento de Pedro es típico en personas que cursan un Trastorno por Déficit de Atención. Debe entenderse que no es una conducta voluntaria, o sea, un sujeto que padece Déficit de Atención no actúa adrede como un despistado. Refiero esto porque los individuos con este tipo de trastorno pueden ser calificados como perezosos, irresponsables, oposicionistas o desinteresados.
El diagnóstico debe ser hecho por un profesional, un psicólogo pues, lo que alguien pudiera interpretar como deficiencia de atención pudiera ser más bien un retraso mental, un trastorno del estado de ánimo, un trastorno de ansiedad, un trastorno del desarrollo, un trastorno disociativo, un cambio de personalidad por medicación o consumo de sustancia, etc.
La familia cumple un rol vital en el tratamiento de niños con trastorno por déficit de atención pues muchas de sus conductas se mantienen debido a las interacciones mal adaptativas entre padres e hijos y entre maestra y/o estudiante; razón por la cual se hace necesario entrenar a los padres, y al mismo tiempo dar indicaciones concretas a los maestros, puesto que las manifestaciones conductuales inadecuadas se dan en el ambiente natural donde se desenvuelve el niño, es decir en la casa y en la escuela. Por lo tanto la intervención se debe realizar en esos dos niveles.
Estas son algunas recomendaciones para ayudar a su hijo distraído:
1) Establezca normas claras, explícitas y consecuentes sobre el comportamiento que se espera del niño. 2) Felicítelo por sus buenas actuaciones. 3) Prepare fichas tipo monedas y entréguele una cada vez que mejora su atención, y posteriormente, cuando el niño haya reunido cinco fichas, podrá canjearlas con usted por un helado, un juguete sencillo o algo que le guste. 4) Explique que las consecuencias derivadas del incumplimiento ha de ser una sanción o disciplina explícita que no incluya acciones violentas. 5) Se debe partir de metas realistas, es decir, de comportamientos simples que el niño pueda realizar. 6) Utilice la sobrecorrección, por ejemplo, si su hijo ensucia y no limpia hágalo limpiar algo más que lo que ha ensuciado. 7) Amor y un carácter firme son muy importantes para formar hijos amantes de lo bueno.
El Libro inspirado de arriba nos enseña que despreciar los consejos y las correcciones nos traen nefastas consecuencias; que la falta de experiencia y la despreocupación de actuar como necios nos conduce por caminos desacertados. Pero, en cambio, quien presta atención a los consejos basados en el Libro de Dios vivirá en paz y sin ninguna clase de temores (Proverbios 1:30-33).
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