(Liliana Daymar González – Periodista).-
Vamos a recordar por un momento, las veces en que nos hemos sentido motivados desde lo más profundo de nuestro ser a realizar una buena obra, y por una u otra razón, no hacemos nada. Es más, hay quienes huyen en dirección contraria a ese llamado que viene desde su propio corazón. Podemos dar mil excusas, tal vez la idea voló por tu mente de forma tan veloz que no te dio tiempo de depurarla, o quizá alguien te interrumpió en ese momento y se te olvidó; lo cierto es que a veces, tenemos sólo una oportunidad de hacer lo que el Espíritu Santo nos está moviendo a hacer, y si no obedecemos ese impulso, luego puede ser demasiado tarde.
Hace poco fui a mi casa en Caracas, al lugar donde nací y crecí; todo parecía estar igual a como lo dejé cuando partí, hace diecisiete años, al menos eso pensé yo. Una tarde bajando del auto, se me acercó un hombre que se veía muy abatido; me saludó afectuosamente y sonrió, noté que era un viejo amigo, mi compañero de escuela, y de juegos, el niño; así lo apodamos por cariño y así siempre lo llamé.
Me contó que tenía cáncer, y que desde hacía dos años luchaba contra la enfermedad. La quimioterapia semanal que recibía acabó con su dentadura, con su cabello y su piel. Parecía un anciano, aunque su espíritu era el mismo. Dijo que confiaba y esperaba vivir muchos años. En ese momento, me sentí movida a hablarle de Jesús y a enseñarle la oración de fe, esa corta, pero poderosa declaración con la cual aceptamos a Cristo como Señor y Salvador de nuestras vidas; si se hace con sincero arrepentimiento nos abre las puertas del cielo de ahora y para siempre. ¿Pueden creer que no lo hice? Ahora vienen las excusas: Sostenía varías bolsas entre las manos, y andaba apurada, deseaba llegar a mi casa y soltar los paquetes. Así que lo único que alcancé a decirle fue que se mantuviera firme en la fe y me despedí con un beso.
A los pocos días de ese encuentro, me enteré que el niño había muerto. Mi corazón lo lloró amargamente, porque entendí que no fue casualidad que nos hayamos visto, Dios preparó ese acercamiento para que yo le anunciara la salvación de su alma. Vivimos tan apurados o enfocados en nosotros mismos, que no percibimos esas valiosísimas oportunidades para servirle de manera oportuna al Señor.
Te cuento esta experiencia para que no pierdas la ocasión de hablar de Jesús y de anunciar su Salvación. Dios pagó un precio muy elevado por cada uno de nosotros, es nuestro deber cristiano: «Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:19-20).
lili_vidaenlapalabra@hotmail.com