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Vida en la Palabra: La batalla es del Señor

Cuando la nación de Israel se encontraba rodeada de un gran ejército enemigo, el rey le ordenó al pueblo hacer ayuno y oración para recibir guía y protección del Señor. Mientras todos los hombres de Israel oraban junto con sus esposas, sus hijos y aun los niños de pecho, dice la Biblia que el Espíritu del Señor vino sobre uno de aquellos hombres y dijo: «¡Escuchen habitantes de Judá y de Jerusalén! ¡Escuche, rey Josafat! Esto dice el Señor: “¡No tengan miedo! No se desalienten por este poderoso ejército, porque la batalla no es de ustedes sino de Dios”». Al oír estas palabras, el rey y todos los habitantes de Israel inclinaron sus rostros en señal de adoración. A la mañana siguiente, el pueblo marchó hacia el desierto cantando al Señor y alabándolo por su santo poder. Mientras la gente caminaba entonaba la canción: «¡Den gracias al Señor; su fiel amor perdura para siempre!».
Las alabanzas tocaron el cielo. El Señor confundió a los enemigos de Israel, hizo que se atacaran entre sí y que arremetieran contra sus aleados. De modo que cuando el pueblo llegó al puesto de observación en el desierto, no vieron más que cadáveres hasta donde alcanzaba la vista. Ni un solo enemigo había escapado con vida (2° Crónicas 20).
Esta historia no es un mito; es real y verdadera. Si queremos ver cambios significativos en nuestro país, debemos dejar de ser cristianos de la boca para afuera y volvernos a Dios de todo corazón. Las calamidades, las injusticias, el hambre y la opresión, se combaten con oración. Si Dios aceptó el ayuno y la oración de Israel, ¿por qué no aceptaría el nuestro? En la Biblia podemos ver cómo Dios guío a su pueblo a ayunar y a orar. Y cada vez que el pueblo ayunaba y oraba, Dios ponía en acción su poder sobrenatural para defenderlo y satisfacer sus necesidades.
Las contiendas entre nosotros y las motivaciones egoístas nos llevarán al fracaso. Necesitamos recordar que los grandes triunfos sociales se han conseguido cuando el pueblo se ha unido en un mismo propósito. Y aunque los malvados confían en sus armas y equipos de combate; nosotros, los creyentes, confiamos en el gran poder de Dios (Salmo 20:7). Escojamos las mejores armas, el ayuno y la oración, marchemos cantando y alabando el santo nombre del Señor. Pues «la mano de Dios no se ha acortado para salvar; ni su oído para oír» (Isaías 59:1). Todas las naciones de la tierra sabrán que Dios rescata a Venezuela, pero no con espada ni con lanza, pues ¡esta batalla es del Señor y Él nos ayudará a alcanzar la victoria!

Liliana Daymar González
Periodista
Lili_vidaenlapalabra@hotmail.com

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