Para el mundo no es un secreto que los venezolanos lidiamos todos los días con la escasez de alimentos y medicinas, experimentamos angustia y problemas que podríamos enumerar; sin embargo, este es el escenario propicio para poner en acción la fe. Cuando compartes comida y medicinas con alguien que no tiene, el nombre del Señor Jesús es honrado por tu causa, y él te honrará conforme a su bondad (2ª Tesalonicenses 1:12).
La persona que no reconoce a Dios como su fuente de provisión no comparte lo que tiene, porque teme quedarse sin nada. En cambio, el que da con generosidad, aun en la escasez más severa, tiene la plena seguridad de que Dios suplirá todas sus necesidades.
Cuando Dios proveyó a los israelitas en el desierto del milagroso maná, se nos dice que les proveía su «ración diaria». A los que recogían mucho, no les sobraba nada, y los que recogían poco, tenían suficiente. Dios les proveía lo suficiente. Entonces les dio una curiosa orden: «nadie debe guardar nada para el día siguiente» (Éxodo 16:19). Siendo así, ¿por qué les proporcionaba Dios lo suficiente? ¿Por qué prohibía que se guardara lo que sobrara? ¿Qué tenía de malo que almacenaran maná para dos días o dos semanas? Creo que Dios trataba de enseñarles, por medio de la comida que recibían a diario, que dependían de Él. Nada ha cambiado. ¿Acaso no es esto lo que pedimos cuando oramos el Padrenuestro?, «danos hoy nuestro pan de cada día»?
Si confías en que Dios provee lo suficiente para cada día, no acumules alimentos ni medicinas que podrían vencerse dentro de tus armarios mientras otras personas las están necesitando. Los verdaderos creyentes dependen de las promesas del Señor, viven por fe, aman a su prójimo y se niegan a sí mismos. Ellos saben que los justos «no serán avergonzados en tiempos de escasez, y en los días de hambre serán saciados» (Salmo 37:19).
Liliana Daymar González
Periodista
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