El sistema del mundo enseña que las personas más felices son las que logran el éxito en sus relaciones, en los negocios, en sus estudios, en sus profesiones; eso ha causado que tanto hombres como mujeres vean la vida como una carrera con altos niveles de competitividad. Día tras día corren, saltan obstáculos, se afanan intentando superar a otros para conseguir la realización personal. Lo cierto es que en su galopante búsqueda por el éxito, terminan vacíos e insatisfechos. La verdadera satisfacción no se encuentra en lo que el mundo considera valioso, sino en una diáfana relación con Dios.
Cuando maduramos en el amor de Cristo entendemos que la vida no es una carrera para alcanzar el éxito y la felicidad, al contrario, es un encargo donde debemos procurar el bien de los demás antes que el propio. El apóstol Pablo enseñó: «No se preocupen por su propio bien, sino por el bien de los demás» (1ª Corintios 10:24. NTV).
Qué difícil es ubicar las necesidades ajenas por sobre las propias, especialmente cuando se vive separado de Dios. «¡Cada uno que resuelva sus problemas!», declaran los corazones endurecidos, así cierran sus oídos al clamor del pobre y callan sus conciencias.
Nadie se lleva su título universitario, su empresa, su automóvil, su casa, sus trofeos, ni su cuerpo fitness al cielo. Lo único que podemos llevar al cielo es el amor que damos y recibimos. «Solo el amor vive para siempre» (1ª Corintios 13:8). Jesucristo reveló la razón por la que cada uno de nosotros vino al mundo. Vinimos a amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. (Mateo 22:37-39). Pero humanamente es imposible amar a todas las personas, incluyendo a nuestros enemigos, Dios es quien hace nacer en nosotros el amor hacia los demás. Dios es quien nos lleva a empatizar con el dolor y la necesidad ajena. Dios es quien nos mueve a ser misericordiosos con los demás. Si tú no sientes amor hacia tu prójimo, no has conocido a Dios; porque Dios es amor. Jesús afirmó: «El amor que tengan unos por otros será la prueba ante el mundo de que son mis discípulos» (Juan 13:35. NTV). Si eres seguidor de Cristo, «no dejes de hacer el bien a todo el que lo merece, cuando esté a tu alcance ayudarlos. Si puedes ayudar a tu prójimo hoy, no le digas: ‘Vuelve mañana y entonces te ayudaré’» (Proverbios 3:27-28. NTV).
¿Has visto la necesidad de tu prójimo? No ores para que Dios lo ayude. Ayúdalo tú. ¡Hazlo hoy!
No esperes mejores circunstancias. No esperes hasta que sea más conveniente. No postergues lo que debes hacer por alguien hoy mismo. Aprovecha el momento, mañana podría ser tarde. Dios está contigo.
Liliana Daymar González
Periodista
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