
“Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta” (Mateo 25:10).
Quedarse afuera, sin oportunidad y sin que nadie se acuerde de ti para hacerte pasar y participar de algo que deseas con toda el alma es algo realmente desagradable. Quien lo haya experimentado seguro sabe lo desolador que es.
Una vez un conocido hacía los preparativos finales para la celebración de una fiesta. Pasé casualmente por allí y me dije: «este es mi amigo, sin duda que no tendrá reparo si entro». Cuál sería la sorpresa cuando me vio y rompiendo al instante de silencio, mandó a un ayudante a que cerrara la puerta. Sí, cerró la puerta, pero conmigo afuera. El mensaje fue bastante claro.
La puerta que se cierra usualmente es el golpetazo que te despierta a una realidad que no percibías. Muchas veces es la figura de la oportunidad que se acaba. De la ilusa confianza de quien no se preparó adecuadamente para disfrutarla. Es la amistad que se acaba por no cuidarla; la relación que se marchita por un cultivo inadecuado.
Hay que pensar solamente en aquellas vírgenes sin prudencia que dejaron las cosas para última hora, sin comprender que esa última hora era la más corta de todas. Es la hora para mirar los detalles finales, la de la confianza en lo que se ha logrado, hecho, alcanzado y preparado. Sí, la última hora es la más fugaz y sin duda la más dolorosa e impactante. Es el presagio de la pérdida. El anuncio de una frustración indecible, pero a la vez justa, pues se adecúa al olvido de las responsabilidades o simplemente al fruto de una vida que se ha llevado livianamente.
La puerta que se cierra es el aviso de lo que no hemos hecho, de los problemas que no hemos arreglado, de los asuntos pendientes que vamos dejando en el olvido y que después se convierten en rémoras para nosotros. La vida está llena de ellas y, lamentablemente, el ministerio también.
Lo que no hagamos ahora en la obra de Dios no lo haremos en la última hora, cuando ya esté a punto de cerrarse la puerta y se acabe el tiempo para realizar lo que seguro ha debido ser impostergable.
Los goznes de la puerta de Dios ya están sonando. El portazo se escuchará produciendo sobresalto en muchos. Usted puede estar confiado de que en ese momento se encontrará del lado adentro del portón. Pero, ¿podríamos decir con la misma confianza que no dejamos cabos sueltos en la vida? Dios aún mantiene la puerta abierta. Pero la hora avanza. Es posible que sea la última, la más fugaz, la más sorpresiva. Vamos a aprovecharla.
Eduardo Padrón
Pastor, comunicador y escritor
edupadron@gmail.com