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Criados para el Reality Show, Héctor Márquez

Desde principios de este siglo 21 han proliferado los llamados reality show (telerrealidad), programas mediáticos donde especialmente miles de jóvenes compiten por ser los mejores cantantes, actores, bailarines o modelos.
Es usual escuchar a estos jóvenes decir que su sueño es ser artistas y famosos (y tras ello adinerados). Lo que no es usual escucharlos decir es que quieran estudiar mucho, ser útiles y serviciales, promover valores, o hacer cosas que resulten en el bienestar de la humanidad.
Juliana tiene 7 años, su mamá le compra ropa corta y ajustada a su cuerpecito desde que era pequeñita. Junto a la niña, la señora observa programas del show business y la farándula. La involucra en fiestas carnavalescas y en toda clase de los mal llamados «actos culturales» de la escuela (pues de culturales, muchos, no tienen nada); la maquilla como adulta toda vez que a la niña le provoca. Quiere inscribirla en un casting de modelaje, y cuando va a una fiesta la aúpa a bailar reggaetón al mejor estilo de las bailarinas del perreo de Wisin y Yandel, o de las sexualizantes canciones de Maluma.
No es difícil imaginar lo que pasará con niños y niñas que son criados bajo estas influencias, pues ya mismo podemos observar sus consecuencias al revisar las cuentas de Instagram y Facebook de millones de adolescentes en el mundo (la generación centennials).
Por supuesto que divertirse y entretenerse es necesario y bueno, pero hay que ser equilibrados y motivar a nuestros hijos a la lectura, al análisis, a la autoevaluación, al ejercicio intelectual y a la sensibilidad humana, porque el mundo no es una tabla de teatro, ni un gimnasio. Tampoco es un concierto, ni un programa mediático para lo histriónico-narcisista.
El mundo es más bien un cúmulo de necesidades y desafíos para los que hay que prepararse de manera integral y donde es imperativo aportar algo positivo a través del conocimiento y los valores, pues, como dice el libro inspirado de arriba: «Vale más el buen nombre que usar un perfume caro» (Eclesiastés 7:1).
La formación del ser humano comienza en el hogar, desde allí, papá y mamá deben incentivar el aprecio y la práctica por actividades intelectuales y humanitarias, y no solo lo que entretiene al cuerpo o hace saltar a la carne.

Héctor Márquez
Psicólogo clínico y teólogo
hectormarquez.convicciones@gmail.com

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