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Criminales permean la iglesia

Cuando la voz profética calla o se vende ante los criminales, significa que la sal está a punto de ser pisoteada por la misma descomposición que debería frenar

El dinero proveniente de los criminales hace cómplices a los receptores / Freepik

Cuando oímos hablar de crimen, inmediatamente lo relacionamos con un delito de asesinato, pero también significa delito grave. En realidad, crimen y delito son términos equivalentes. Su diferencia radica en que el delito es genérico, y por crimen entendemos un delito más grave o, en ciertos países, un delito ofensivo en contra de las personas.
Un crimen es la acción voluntaria de herir gravemente o asesinar a alguien. La persona que lleva a cabo este tipo de acción se le llama criminal. Pero hay muchos tipos de criminales, los que perpetran un asesinato, los que lo planifican, los que dejan morir al prójimo pudiendo salvarlo y quienes sabiéndolo lo callan, convirtiéndose en cómplices; entendiéndose por cómplice: aquella persona que participa con otra en una acción o mantiene con ella una relación secreta de acuerdo o cooperación. Callar es cooperar.
Entendiendo entonces la acción de un criminal, apelamos a uno de los más cortos, pero contundentes mandamientos de la eterna Palabra de Dios: «No matarás» (Éxodo 20:13); que otras versiones traducen como: «No cometas asesinato» o «no cometerás homicidio». Como ya vimos, hay diferentes maneras de asesinar, pero al final es una violación a este fundamental mandamiento que Jesucristo ratificó en la regla de oro: «Así que, todo lo que quieran que la gente haga con ustedes, eso mismo hagan ustedes con ellos, porque en esto se resumen la ley y los profetas» (Mateo 7:12).
En todos los países del mundo existen criminales, aquellos que se manchan las manos de sangre, los que se roban el dinero destinado para el bienestar del pueblo trayendo como resultado muerte y destrucción, y los cómplices de estos que terminan siendo criminales en grado de cooperantes; desatendiendo la máxima divina que expresa que «el Señor… de ninguna manera dará por inocente al culpable» (Nahum 1:3). En Venezuela, especialmente, el crimen y los criminales, y sus delitos están en un grado superlativo.
El crimen aumenta cuando los justos callan. Cuando quienes tienen la responsabilidad de juzgarlo y castigarlo no hacen nada al respecto o simplemente callan, cualquiera sea la causa, lo cual contribuye a empeorar la situación y a cercenar la justicia al inocente.
El que calla termina por volverse cómplice del criminal. Porque pudiendo y debiendo denunciar para frenar la proliferación del crimen y la libertad de acción de los criminales, simplemente permanece callado convirtiéndose en coautor, colaborador y copartícipe del crimen, y, por lo tanto, es también culpable del mismo.
Unos callan de gratis, otros porque les ofrecen algo a cambio de su silencio o los compran con dinero, lo cual agrava más su coparticipación en el crimen. Sin la participación por complicidad los criminales no tendrían escapatoria ante la ley, pero en la sociedad de hoy más puede el interés que el amor al prójimo y el deseo de hacer justicia.
El dinero y el cohecho promueven el crimen y ahogan la justicia. En cierta forma es comprensible que un criminal consiga quien coopere con él entre aquellos que no tienen temor de Dios ni viven según los patrones de la Biblia, pero que lo haga gente que se supone son cristianos, más aún, ministros del Señor, esto es algo escandaloso, es apostasía pura y dura.
Cuando la voz profética calla o se vende ante los criminales, significa que la sal está a punto de ser pisoteada por la misma descomposición que debería frenar. Hoy somos testigos de creyentes y ministros del Señor vendiendo su conciencia y principios ante criminales por un plato de lenteja, peor aún, por un supuesto apoyo material a sus actividades «cristianas», cuando la luz con las tinieblas no tiene comunión.
Quien acepta dinero o apoyo de un criminal, cualquiera sea la excusa, hasta por una supuesta «buena causa», se vuelve cómplice de él debido a su silencio ante los horrendos hechos cometidos por el primero. ¿Cómo se puede aceptar dinero de un narcotraficante y luego predicar contra el narcotráfico? ¿Cómo reciben prebendas de los corruptos y luego denunciar la corrupción desde los púlpitos? ¿Cómo reciben dinero de un ladrón y luego predicar: ‘no robarás’?
«El que calla otorga», dice el refrán popular. El dinero proveniente de los criminales hace cómplices a los receptores, aquellos que, en vez de levantar el evangelio en alto, se convierten en «piedras de tropiezo» ante quienes deben dar testimonio. No podemos permitir que le pongan precio a nuestras cabezas, porque como creyentes costamos la sangre del Hijo de Dios y mucho menos destruir el ministerio, porque no nos pertenece, ya que el mismo nos fue otorgado por quien nos redimió en la cruz (Efesios 4:11). Jesús sentencia: «¡Ay del mundo por los tropiezos! Es inevitable que haya tropiezos, pero ¡ay del hombre que los ocasione!» (Mateo 18:7).
La multiplicación del crimen y de los criminales será una constante en los tiempos cercanos al fin, por eso se nos ordena como cristianos ser «sal y luz de este mundo»; pero si la luz se vuelve tinieblas y la sal pierde su sabor «no vale más para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres», asegura Cristo; pisoteada por los mismos criminales a quienes no estamos salando ni iluminando.
¡Dios tenga misericordia de la iglesia!

Georges Doumat B.

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