
“La muerte y la vida están en poder de la lengua…” (Proverbio 18:21).
Aún llama mi atención la interpretación que se le sigue otorgando a estas palabras. Es una lamentable extracción de su contexto racional, para darle tintes extrañamente místicos y poderosos. Una vez un creyente me dijo que si él quería podía hacer que aparecieran unos dólares. Una idea que tiene como base una fe mágica y homocéntrica y no en Dios y en su Palabra. La Palabra no tiene un poder intrínseco, el poder reside en su Autor; Él la reveló y la cumple.
¿Por qué “la muerte y la vida están en poder de la lengua? Primero porque tiene un impacto interno; lo que Kidner llamó “penetración”. Es el efecto de la palabra dentro de nosotros. No es igual una herida física que una emocional. Una palabra dicha con precisión y malicia, transmite una idea capaz de penetrar tan profundamente en la conciencia del receptor que deja una honda huella por el resto de su vida. Es un golpe de espada que abre una herida emocional, trastornando la personalidad y dejándola atada a un grillo mental.
En segundo lugar, está la “difusión” (Kidner). Es la manera de esparcirse la idea, el rumor, la “duda razonable”, la mentira. Puede incluso solaparse en el silencio, en un guiño, una mirada, un gesto, pero con la misma artera intención. La difusión es igualmente dañina e incontrolable, pues una vez lanzada, es como las plumas esparcidas por el viento.
Pero nuestro proverbio habla de “la vida”, otorgándole a la lengua un uso positivo que igualmente impacta y se difunde: el reconocimiento, elogio y estímulo; las verdades que liberan, consuelan, fortalecen e inyectan esperanza. Estas agradan a Dios y generan vida. ¿Qué harás hoy con tu lengua?
Eduardo Padrón
Pastor, comunicador y escritor
edupadron@gmail.com