(Fernando Alexis Jiménez – Pastor).-
«La soledad no es tan profunda ni duele tanto como cuando es la sociedad la que te margina y de pronto, fruto de una enfermedad sobre la que no tienes control, te ves sumido en el ostracismo porque todos temen acercarse, y los niños salen huyendo como si estuvieran frente a una aparición de ultratumba».
Las palabras sonaron dramáticas pero encerraban la tragedia de un hombre de cincuenta años que enfrenta la lepra y reside en una habitación, fría, oscura y triste, del barrio El Calvario, en pleno centro de Santiago de Cali, a la que nadie quiere acercarse.
Adalberto se cansó de intentar una cura recurriendo a la ciencia. Las posibilidades son mínimas. Cree que no hay salida para su tragedia. Pero más que un mal que lo está deteriorando con rapidez, lo que más le afecta es la soledad que despierta.
—Cuando salgo a la calle todos vuelven la mirada. Hay quienes me ofenden y uno gritó alguna vez: «Muérete» sin saber el desmoronamiento que causaban sus palabras—me explicó el día que le compartí sobre el poder de Jesucristo.
Dios acompaña nuestra soledad
La soledad es tan dura como la más grande enfermedad que podamos enfrentar. Dialogar con Adalberto me llevó a reflexionar en sus consecuencias. Su vida es probable que atreviese por períodos en los que se siente extremadamente solo. Nada tiene sentido. Considera que nadie lo entiende y que jamás nadie prestará atención a su sufrimiento.
Sin embargo, en las etapas de mayor tristeza, Dios está a nuestro lado. No nos deja solos. Nos acompaña. Está presto a escucharos y a atendernos tal como lo escribió un autor antiguo: «El día que clamé, me respondiste; Me fortaleciste con vigor en mi alma» (Salmo 138:3).
Hay alguien que piensa en usted. Que está dispuesto a ayudarle. Que quiere acompañarle en todo momento. Adelante. La fe y la esperanza son dos características de los ganadores, y usted como cristiano fue llamado a vencer y a no permitir que la soledad golpee su existencia…
No deje pasar este día sin tomar la mejor decisión de su vida: recibir a Jesucristo como Señor y Salvador de su vida. ¡Su existencia será transformada!
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