Somos privilegiados porque mantenemos una relación directa con Dios gracias al sacrificio redentor de Cristo Jesús, sin necesidad de que ningún hombre intervenga ya
Ser hijos de Dios es un privilegio que el Señor en su gracia les concede a sus escogidos. Es prudente aclarar que hijos de Dios no son todos los nacidos en este mundo, sino aquellos que reciben a Jesucristo como su único Señor y Salvador y experimentan el nuevo nacimiento sobrenatural, tal y como lo afirma el evangelio de Juan (1:12-13). Hecha esa aclaratoria pasemos a hablar acerca del mayor privilegio que tiene un hijo de Dios.
Vayamos al momento de agonía de Jesús en la cruz del Calvario, cuando reseña Mateo que «desde el mediodía descendió oscuridad sobre toda la tierra hasta las tres de la tarde… Jesús clamó otra vez a gran voz y entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló y las rocas se partieron» (Mateo 27:45,50-51).
Luego de que Jesús pronunciara su última frase: «¡Consumado es!» o lo que es igual a «Todo está cumplido» y murió, el velo que separaba el lugar santo del lugar santísimo donde entraba el sumo sacerdote una vez al año para ofrecer el sacrificio del cordero pascual se rasgó de arriba abajo porque el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo entregaba su vida para nuestra salvación, significando con ello que ya no era necesario que ningún hombre entrara a ofrecer sacrificio al lugar santísimo, por esa razón el velo se rompió de manera sobrenatural ante los ojos de los atónitos sacerdotes que a las tres de la tarde esperaban por el derramamiento de la sangre del cordero animal. En su lugar el Cordero Hijo del Hombre ofrendaba su vida por los hombres que serán salvos.
De ello escribe el autor a la carta a los hebreos (10:19-23): «Por eso, amados hermanos, gracias a la sangre de Jesucristo podemos entrar libremente en el Lugar Santísimo. Jesús nos ha abierto un camino nuevo y vivo a través de la cortina [velo], es decir, a través de su cuerpo. Además, en él tenemos un gran sacerdote que está al frente de la familia de Dios. Y puesto que es así, acerquémonos a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, ya que en nuestro interior hemos sido purificados de una mala conciencia y exteriormente hemos sido lavados con agua pura. Sigamos firmes en la esperanza que profesamos, porque él cumplirá la promesa que nos hizo».
Gracias al sacrificio de Jesús en la cruz por amor a nosotros es que podemos entrar libremente, sin necesidad de la intermediación de ningún hombre al lugar santísimo, al mismo trono de Dios, ¿de qué manera?, por medio de ese camino nuevo y vivo que nos abrió el Señor a través del velo de su cuerpo; por eso el velo del templo se rasgó por la mitad en el momento exacto de la muerte de Cristo en la cruz, porque ya no hará falta ninguna separación para entrar a la misma presencia del Padre a través de Jesús su Hijo, nuestro Señor y Salvador.
Ese es el mayor privilegio de un hijo de Dios, porque antes de Cristo ofrecer su vida en la cruz nadie podía tener acceso al Padre ni en oración y mucho menos al morir; el sumo sacerdote del templo una vez al año era quien ofrecía la sangre de un cordero animal para perdonar los pecados del pueblo de Israel; a partir de la muerte de Jesús, como dice Hebreos 9:12, Él «entró al Lugar Santísimo una vez para siempre, no por medio de la sangre de machos cabríos y de becerros, sino por medio de Su propia sangre, obteniendo redención eterna».
Ese hecho es el más grande privilegio que tenemos los hijos de Dios, puesto que:
- Ahora podemos orar al Padre en el nombre de Jesús, ser oídos y recibir respuesta de Dios.
- Ahora tenemos autoridad contra el diablo y sus huestes de maldad en el nombre de Jesús para obtener la victoria.
- Otro privilegio es que somos morada del Espíritu Santo que recibimos una vez nos convertimos a Jesucristo, ahora Él intercede por nosotros, nos guía, consuela, llena de poder, nos da sabiduría y nos capacita para cumplir el propósito divino.
- Ya hemos sido resucitados y sentado en los lugares celestiales en Cristo Jesús, nuestro camino nuevo y vivo, sin necesidad de intervención humana; es decir, apenas partamos de este mundo pasaremos a la eternidad al lado del Señor por siempre.
¿No es esto maravilloso? Somos privilegiados porque mantenemos una relación directa con Dios gracias al sacrificio redentor de Cristo Jesús, sin necesidad de que ningún hombre intervenga ya y tenemos entrada franca y directa al mismo trono del Padre desde donde viene nuestro oportuno socorro, y todas las demás bendiciones que el Señor conquistó para nosotros en la cruz y que nos las ofrece por su gracia.
Hoy, todo creyente tiene acceso inmediato a Dios por medio de su Hijo Jesucristo. El camino nuevo y vivo al Padre celestial está abierto, no lo desaproveche, porque ese es el mayor privilegio que se nos ha concedido a los hijos de Dios en Cristo.