(Fernando Araujo – Aritculista).-
Hay un pueblo en Israel, llamado Naín ubicado al sur del Lago de Galilea y al norte del Mar Muerto, este pueblito existe desde antes de la época de Jesucristo y en la entrada de éste se encontraba el cementerio. En una oportunidad iban dos comitivas pasando por ahí, aunque pareciera una casualidad, sabemos que para Dios no existen; una de las comitivas era encabezada por una viuda y sus familiares que llevaban a enterrar a su único hijo. La otra comisión estaba encabezada por Jesús, sus apóstoles y una gran multitud.
Podemos ver aquí dos situaciones: una, la muerte; y otra, la vida. Mientras la viuda llora desconsolada la perdida de su hijo, Jesús sabe que «Él es la vida y la resurrección», y lo iba a demostrar en ese momento (Lc. 7:11-15).
Jesús se compadeció y tuvo misericordia de la viuda y le infundió vida al joven. Este hecho nos enseña que muchos jóvenes, adultos y ancianos están muertos en vida, porque desconocen la obra redentora que Jesús hizo por todos y cada uno de nosotros, pero sólo se hace efectiva, es decir tomamos vida, cuando le reconocemos a Él como Señor y Salvador de nuestras vidas, y experimentamos así un nuevo nacimiento.
Recuerda, Dios da vida a los muertos y «llama las cosas que no son como si fueran». Aprópiate de Sus promesas…
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