“Dios está enviando un mensaje a la iglesia: Hay que volver al arrepentimiento, a la conversión, al perdón, a la reconciliación y a enderezar los caminos torcidos en las congregaciones cristianas

(Verdad y Vida).-
Retomando la encuesta periodística acerca de la difícil tarea de pastorear en medio de la cuarentena obligatoria debido a la pandemia del Covid-19 en Venezuela, en medio de la creciente crisis nacional, al respecto entrevistamos al apóstol Juan Sebastía, pastor principal junto a su esposa Aura, de la Iglesia de Jesucristo, en Villa Colombia, Puerto Ordaz, estado Bolívar; así como apóstol de la Red Apostólica Iglesia de Jesucristo.
¿Cómo está enfrentando las dificultades en la iglesia que usted pastorea para cumplir con el ministerio?
– Creo que Dios en su sabiduría nos ha dotado de un instinto de preservación que cuando percibimos el peligro, se activa automáticamente. Cuando usted se va a caer, por alguna razón, coloca las manos al frente para protegerse. Las personas no dejan las puertas de sus casas abiertas, sin cerradura, hay personas que han adquirido un perro guardián, y algunos tienen otros sistemas de protección más sofisticados, como un cerco eléctrico o electrónico. Eso nos habla del instinto de conservación que Dios ha colocado en la naturaleza humana.
El instinto de conservación es utilizado por el Espíritu Santo cuando el ángel le dice a José: «Saquen al niño de aquí por Herodes lo anda buscando para matarlo» (Mateo 2:13-15). Definitivamente, había que proteger el propósito de salvación. El ser previsivo no niega nuestra fe, el obedecer la enriquece y trae como consecuencia buenos resultados.
Si nos comemos la luz roja del semáforo violamos la ley, y eso puede traernos consecuencias desastrosas y trágicas; si después de una lluvia torrencial, no me cambio la ropa mojada, me dará un resfriado y no puedo culpar a Dios por ello. Si violamos las leyes terrenales y de la naturaleza, las consecuencias no se dejarán esperar, y no puedo culpar a Dios por los resultados… Dios bendice la obediencia.
José, el hijo de Jacob, fue previsivo. Eso le permitió salvar a una nación que estaba condenada a la muerte por HAMBRE. La cuarentena mundial no es otra cosa que poner en práctica el instinto de conservación que Dios ha colocado en nosotros. En Isaías 26:20, el Señor dice a su pueblo: «Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas; escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la indignación».
¿Sabe cuántos pastores han muerto en Europa, específicamente, en España e Italia? Mi sobrino que vive en el Bronx, Nueva York, es pastor sobreviviente del coronavirus. ¡Dios lo salvó milagrosamente! Él me comentó la semana pasada que más de 50 pastores, incluyendo dos rabinos, habían muerto del Covid-19. Lamentablemente, un número elevado de ellos no tomaron las medidas enviadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Me viene a la mente el texto de 2 Samuel 1:27 que dice: «Cómo han caído los valientes, han perecido las armas de guerra».
Ahora, ¿cómo estamos enfrentando las dificultades en la Iglesia para cumplir con el ministerio? En cuarentena, escondidos en Cristo, preparándonos para asumir con mayor responsabilidad el reto y desafío que tenemos por delante: «Predicar el urgente mensaje de la Biblia» (Marcos 16:15-18).
Esto es una responsabilidad compartida. Dios hace su parte, nosotros haremos la nuestra, y cuando la voluntad del hombre se entrelaza con la voluntad de Dios, esta será la gloria de Dios, es allí que el Señor va a ser glorificado poderosamente.
Sí, en cuarentena, pero la iglesia no está cerrada, está más viva que nunca, más activa. Creo que nunca se había orado tanto en los hogares, las naciones y el mundo. Creo que nunca se había predicado tanto como en este momento a través de los medios de comunicación, internet, redes sociales, entre otros.
Dios está enviando un mensaje al mundo, pero también a la iglesia y creo que el cuerpo de Cristo lo está entendiendo. Hay que volver al arrepentimiento, a la conversión, al perdón, a la reconciliación y a enderezar los caminos torcidos en las congregaciones cristianas.
Si, en cuarentena, pero siendo solidarios con el cuerpo de Cristo. Compartiendo el pan con el que tiene hambre, siguiendo lo que dice Jesús en Lucas 9:13: «Dadles vosotros de comer». También, organizando sistemas de ayuda práctica, asistencia emocional y socio-espiritual.
La Palabra de Dios está llena de consejería. «Amaos los unos a los otros», como dice en Juan 13:34. «Sobrellevad los unos las cargas de los otros», como expresa Gálatas 6:2. También, perdonaos, animaos, soportaos, consolaos unos a otros… Estas cosas perfeccionan el amor de Dios en nuestras vidas, practicando un viejo dicho de las cocinas en Suecia: «Un gozo compartido es doble gozo, una pena compartida es media pena».
¿Qué planes tenemos para cuando pase la pandemia?
– El mundo cambió, está paralizado. La crisis nos habla de la impotencia del ser humano: el sistema sanitario colapsó, se derrumban las bolsas de valores, el sistema financiero va a la contracción, muchas naciones se declaran en bancarota, los científicos están dando lo mejor de sí para la creación de una medicina salvadora, los políticos no saben qué hacer, los pronósticos económicos no son nada buenos, millones de desempleados.
Este caos mundial está produciendo mucha inquietud e inseguridad en una población globalizada (esta es la condición del mundo actual).
Pero la Iglesia también tiene que cambiar. Debe hacer un examen exhaustivo e introspectivo del rol que ha venido desempeñando erróneamente en las sociedades modernas, desde analizar y corregir su escala de valores deformada por los aspectos carnales y organizacionales, hasta volver definitivamente a los principios bíblicos originales, que son los que forjan convicciones profundas y puras en esencia, propósito y acción.
Creo que Dios, así como ha llamado a botón al mundo contemporáneo, también le está moviendo el piso a la Iglesia y está tratando con ella en la intimidad del hogar, para lograr en ella una dependencia total y absoluta, enseñándonos que nuestra zona de seguridad es Jesucristo, Su Hijo, y que solo en Él hay salvación y seguridad eterna.
Hay mucha gente inquieta en el mundo, hay mucho miedo, inseguridad, angustia, dolor y muerte… El distanciamiento social, escolar, sanitario, deportivo y religioso ha producido un estrés desesperante, acompañado de frustración y depresión. Es ahí donde la Iglesia debe emerger con el mensaje esperanzador de Jesucristo: «He aquí, yo hago nuevas todas las cosas» (Apocalipsis 21:15).
Creo que si la Iglesia asume su compromiso de cambio interior, reconoce su pecado y se reconvierte de su mal camino, asumiendo la responsabilidad evangelizadora del Reino de Dios, vendrán los días más gloriosos de la historia de la Iglesia que nos prepararán para la segunda venida de Cristo.
Después de esta preparación, de este trato personal de Dios con su cuerpo, pasada la tormenta, percibimos que se avecina el Gran Avivamiento anhelado y profetizado desde hace muchísimos años.
Siempre se ha dicho que no surgirá ningún avivamiento hasta que el pueblo de Dios experimente una reforma. Muy bien, Dios ha decidido hacer la reforma personalmente; ha hecho acto de presencia en cada hogar cristiano del mundo entero y todos hemos experimentado en carne propia Su trato y recomposición.
Esa reforma es activada por el Espíritu Santo, el poder de la Palabra y el poderoso nombre de Jesucristo. Si en cambio, la reforma fuese consecuencia de la implementación de las estrategias humanas basadas en la experiencia, habilidad, destreza y conocimiento previo de modelos, formas y maneras, entonces, simplemente sería humanismo.
Sin embargo, Dios prefirió enviar personalmente un mensaje al mundo y a la Iglesia a través de Isaías 43:19: «He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad».
Si Dios activa esta reforma y avivamiento, la gloria y el reconocimiento serán para Él. Si en cambio, lo realiza la religión como tal, acompañada del esfuerzo y la capacidad humana, se quedará con su gloria personal en el tiempo que vivimos y el espacio que ocupamos. No trascenderá hacia lo eterno y se convertirá en un círculo vicioso que producirá más desgaste, cansancio y agotamiento espiritual, emocional y físico.
«Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada» (Mateo 13:13).
Alguien dijo que Dios había puesto en disciplina al mundo entero y a la Iglesia. Creo que tomó el látigo para colocar las cosas en orden, enderezar lo torcido y rescatar el verdadero propósito de Dios en su Iglesia. La Iglesia de Cristo no puede seguir siendo como lo es para algunos: «Una cueva de ladrones».
Reflexionemos con humildad y hagamos las correcciones necesarias. Humillemos nuestras vidas, convirtámonos a Dios, busquemos Su rostro y Él sanará nuestras vidas. Convirtámonos a Dios, busquemos Su rostro y Él sanará nuestra tierra, tal como prometió en 2 Crónicas 7:14.