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La otra cara del amor

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Un pasaje muy significativo y que suelen pasar por alto muchos cristianos, o simplemente no le dan el valor y la connotación que tiene, está en Hebreos 12:5-8.
«¿Y ya han olvidado la exhortación que se les dirige como a hijos? Hijo mío, no tengas en poco la disciplina del Señor ni desmayes cuando seas reprendido por él.
Porque el Señor disciplina al que ama y castiga a todo el que recibe como hijo. Permanezcan bajo la disciplina; Dios los está tratando como a hijos. Porque, ¿qué hijo es aquel a quien su padre no disciplina? Pero si están sin la disciplina de la cual todos han sido participantes, entonces son ilegítimos, y no hijos».
Muchos creyentes tienen un vago entendimiento de lo que significa el amor de Dios y su accionar en la iglesia; para muchos amar es aceptar todas las actitudes de quienes se llaman hijos de Dios, cuando no sucede lo que ellos esperan y de la manera que lo desean, entonces lanzan la condenatoria frase: «en esta congregación no hay amor». Por eso es necesario entender que el amor tiene otra cara diferente a la que muchos conocen y que con este artículo pretendemos abordar para evitar que muchos sigan cual nómadas de iglesia en iglesia buscando ‘amor’, sin entender esa otra cara del amor.

¿Qué es el amor de Dios?
Existen cuatro formas o representaciones del amor: eros (amor romántico), storge (amor familiar), philia (amor fraternal) y ágape (el amor de Dios).
En nuestra referencia bíblica inicial ‘amar’ (del verbo gr. ‘agapao’), de donde viene el amor ‘ágape’; hace referencia a Dios y al amor que dispensa. Este amor se usa mucho en el Nuevo Testamento:
1.- Para describir la relación/comunión de Dios para con su Hijo unigénito, con el hombre en general y hacia aquellos que creen en Cristo en particular.
2.- Para expresar su voluntad hacia sus hijos con respecto a la actitud que deben mostrarse mutuamente.
3.- Para expresar la naturaleza esencial de Dios.
Por ejemplo: «Amados, amémonos[agapao]unos a otros, porque el amor [ágape]es de Dios. Todo aquel que ama[agapao], ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama [agapao], no ha conocido a Dios, porque Dios es amor [ágape]» (1ª Juan 4:7-8. Énfasis añadido).
El amor ágape sólo puede conocerse a través de las acciones que este provoca. La mejor expresión del amor ágape fue darnos a Jesús, esta clase de amor se produce de Dios y a través del Espíritu Santo en nosotros; como bien lo escribe el apóstol Juan:
«En esto se mostró el amor [ágape] de Dios para con nosotros: en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito, para que vivamos por él. En esto consiste el amor [ágape]: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación [como sacrificio] por nuestros pecados» (1ª Juan 4:9-10. Énfasis añadido).
No se trata de un amor basado en la complacencia ni en el afecto, pues no fue causado; se trató en la pura voluntad divina, hecha sin ninguna causa que aquella que proviene de mismo Dios. Por esa razón el amor cristiano es el fruto del Espíritu Santo en los creyentes (Gálatas 5:22). El amor cristiano tiene a Dios como su principal objeto y sólo se expresa en una total obediencia a sus mandamientos; «Si me aman, obedezcan mis mandamientos… El que tiene mis mandamientos, y los obedece, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré, y me manifestaré a él» (Juan 15:15,21).
El amor cristiano hacia Dios y hacia el prójimo no es un impulso que proviene de los sentimientos (del alma) ni se derrama sólo sobre aquellos con quienes tenemos afinidad: el amor ágape busca el bien de todos, nos agraden o no, sean amigos o enemigos; este amor busca la oportunidad de hacer el bien a todos «mayormente a los de la familia de la fe» (Gálatas 6:10b).
El amor ágape se expresa poderosamente en 1ª Corintios 13:4-7: «El amor es paciente y bondadoso; no es envidioso ni jactancioso, no se envanece; no hace nada impropio; no es egoísta ni se irrita; no es rencoroso; no se alegra de la injusticia, sino que se une a la alegría de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta».
Este amor se estableció en la misma Ley dada a Moisés y que enseñó Jesucristo: «No te vengues, ni guardes rencor contra los hijos de tu pueblo. Ama a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor» (Levítico 19:18). Así como: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas» (Deuteronomio 6:5).
Nuestro Señor lo reafirmó públicamente: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente». Este es el primero y más importante mandamiento. Y el segundo es semejante al primero: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas» (Mateo 22:37-40).
Entendemos que la ley es espiritual y su cumplimiento es el amor (ágape): «Sabemos que la ley es espiritual…» (Romanos 7:14a.). Entonces, «el amor no hace daño a nadie. De modo que el amor es el cumplimiento de la ley» (Romanos 13:10).

La cara del amor divino que muchos no ven
Luego de saber más acerca del amor de Dios, volvamos a nuestro pasaje inicial. El amor de Dios también se manifiesta con la disciplina: «Porque el Señor disciplina al que ama y castiga a todo el que recibe como hijo. Permanezcan bajo la disciplina; Dios los está tratando como a hijos. Porque, ¿qué hijo es aquel a quien su padre no disciplina? Pero si están sin la disciplina de la cual todos han sido participantes, entonces son ilegítimos, y no hijos» (Hebreos 12:6-8).
Aquí la palabra «disciplina» indica la formación dada a un niño o un hijo, incluyendo la instrucción y corrección; sugiriendo a la disciplina que regula el carácter, entonces:
• El amor ágape instruye y corrige para regular el carácter, si no nos sometemos a la disciplina ni permanecemos bajo ella no seremos hijos legítimos de Dios.
• Disciplinar en el Señor (por la Palabra) forja cristianos maduros.
• Disciplinar es amar a la manera de Dios, es la manifestación del amor ágape.
• Cuando alguien es disciplinado de parte de Dios pocas veces ve ahí una muestra del amor del Señor, lo cual indica poca madurez espiritual.
• Dios quiere disciplinarnos para transformarnos porque nos ama.
• Él quiere guardarnos de futuros conflictos por causa de nuestro carácter.
La próxima vez que escuche a alguien en la iglesia diciendo que porqué lo disciplinan, ‘aquí no hay amor’; dígale: ‘sométete, deja la rebeldía y comienza a madurar’. Quien no se somete a esa cara del amor ágape, que por lo general a los rebeldes no les gusta, sencillamente hay que dudar si genuinamente es un hijo de Dios.
Jesús les dice a los cristianos de la iglesia de Laodicea, la de los tiempos del fin: «Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Sé, pues, celoso y arrepiéntete» (Apocalipsis 3:19). «Yo corrijo y castigo a los que amo. Así que, esfuérzate y cambia»; traduce la versión Palabra de Dios para Todos. Puesto que la disciplina es parte de la manifestación del amor de Dios hacia sus hijos que busca un cambio en nuestra vida para mejor, quien no lo vea de esa manera, sencillamente ignora la otra cara de Su amor, que es tan bendita y poderosa como la cara que nos gusta del amor. A fin de cuentas, ambas caras producen gozo y salvación eterna para los obedientes y sumisos.

Georges Doumat B.

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