A toda persona siempre se le presentará la oportunidad para cambiar como Saulo lo hizo. Pero antes tuvo que caerse, o mejor dicho, ser tumbado de su ego, de su carácter arrogante

Cualquier venezolano que lee o escucha pronunciar las palabras “grupos de represión”, sin importar mucho sus nombres, inmediatamente lo asociamos con un organismo o entidad tenebrosa que pertenece al gobierno de turno y que se caracteriza por llevar la violencia a donde quiera, entrando en todas partes “como río crecido en conuco” arrasando con todo, aplicando la extorsión, la intimidación, el robo, el secuestro y la muerte en muchas ocasiones con la mayor impunidad posible ante los ojos del mundo entero, hasta ahora.
El señor Saulo de Tarso (Pablo antes de su conversión) en aquel tiempo y en su país perteneció, o mejor dicho dirigió, un grupo similar al arriba descrito. Si, la misma persona, aunque los motivos y razones de la violencia de este eran diferentes, sus prácticas abusivas conducían a los mismos resultados u objetivos de la intimidación, la cárcel o la muerte a juzgar por las evidencias de los siguientes escritos en: Hechos 8:3. “Entonces Saulo iba de casa en casa y sacaba a rastras tanto a hombres como a mujeres y los metía en la cárcel”.
Y en el versículo 1 del mismo capítulo aparece Saulo consintiendo el asesinato del diácono Esteban. No satisfecho con esto, Saulo, aun respirando amenazas y homicidio contra los discípulos del Señor se presentó ante la máxima autoridad religiosa y le pidió cartas o licencias para llevarse preso a cualquier creyente que hallase, fuera hombre o mujer como es descrito en el libro de los Hechos 9:1-2. El comportamiento de Saulo era la típica conducta de un terrorista que creía estaba defendiendo a su pueblo de una gran amenaza que para él constituía todo aquel identificado con la “nueva secta” llamada del Camino, o seguidores de Jesús. El gran celo, dedicación y apego de Saulo a sus creencias judaizantes y más perteneciendo a la crema de la crema de la sociedad político-religiosa de los Fariseos de su tiempo, es decir, muy poderosos y con muchas influencias, lo convirtió en un terrorista religioso. No importa cuáles sean las motivaciones del terrorismo ni su contenido político, religioso o social, sus pretensiones de dominación siempre traerán como consecuencias daños irreparables muy lamentables, con costos de vidas, así como fue en el ayer hoy también lo es y no cambiará.
A toda persona siempre se le presentará la oportunidad para cambiar como Saulo lo hizo. Pero antes tuvo que caerse, o mejor dicho, ser tumbado de su ego, de su carácter arrogante. No es casualidad que en ese momento andaba a caballo en búsqueda de sus presas. En la cultura y costumbres hebreas para la gente común el caballo se percibía como un elemento fundamental de los conquistadores/invasores extranjeros, era un objeto para la guerra, para agredir, para infundir temor, un símbolo de la arrogancia y prepotencia. Caer al suelo para Saulo significó un antes y luego un renacer, tuvo que ser cegado para que viera mejor después no solo con sus ojos físicos, sino también con los del entendimiento que solo el Señor puede dar a quienes se encuentran con Él ya despojados de toda ínfula y soberbia, humillado en el suelo, caído del ego de su caballo. Solo así hasta el más despreciable criminal puede tener una segunda oportunidad. ¡El mejor lugar para comenzar a tener una relación directa y personal con DIOS es cuando estamos en el suelo, bien sea por haber sido lanzados, acostados o arrodillados, más que la posición es nuestra disposición, LA ACTITUD es lo que realmente importa!
Ya no podía ser el mismo Saulo, fue convertido en Pablo, cuyo nombre proviene del latín y significa pequeño u hombre humilde; ¡tremendo contraste…!
El cambio de nombre es también un signo de cambio de estado, de judío perseguidor (Saulo) a predicador del Mesías, siervo de Dios y de Cristo, un pequeño instrumento humano (Pablo) y de poco valor (como él mismo se consideraba después), al que, sin embargo, Dios escoge para una altísima misión. Ciertamente esta es la única manera para poder acercarnos a DIOS, humillándonos ante Él y a través de su hijo Cristo Jesús. Todo lo demás es divagar en el desierto, sin agua y sin brújula.
El apóstol Pablo sin duda alguna tenía un buen currículum vitae: hijo de respetable y acomodada familia, tuvo como maestro al mejor de su época, a Gamaliel (una mezcla de Andrés Bello, Simón Rodríguez, Arturo Uslar Pietri, Pietro Figueroa, Rómulo Gallegos y aún más), recibió sólida formación religiosa y en leyes, hablaba por lo menos 4 idiomas (griego-latín-hebreo y arameo), pertenecía a la alta clase político-religiosa-social de los fariseos (cuyo verdadero significado es “apartado por ser santo”, así se creían ellos) y, por lo tanto, no se mezclaban con cualquier “chusma” fuera de su grupo.
Por cierto, esa era otra de las razones por la cual los fariseos odiaban a JESÚS porque Él sí se reunía, comía y bebía con esa chusma, con todo el mundo. Pero Pablo también tenía muy malas referencias personales: acérrimo perseguidor de cristianos, consentidor del asesinato del apóstol Esteban, hombre temido en todo lugar, arrogante, además de guapo y apoyado. Pablo tuvo que convivir con la imagen de “Saulo”, el antiguo hombre. Ya convertido en predicador y apóstol de Cristo me imagino que no era cosa fácil para los creyentes aceptarlo en sus reuniones, lo verían con desconfianza al principio y hasta con mucho guillo, dado su triste pasado, pero el SEÑOR les confirmaba la genuina conversión y entrega de Pablo, tomaría su tiempo claro está, además de las nuevas acciones que de él se manifestaban junto con sus buenos frutos. Todos ya conocemos el currículo y referencias personales de Pablo; difícil es llegar a conocer con certeza la de todos y cada uno de nosotros, pero lo bueno es que DIOS sí las conoce.
El mismo Pablo lo ratificó numerosas veces dejando muchos escritos, en especial uno que desde hace muchos años captó mi atención. Pablo le escribe a los Corintios en su 2ª carta, capítulo 5, versículo 17: “De modo que, si alguno está en CRISTO, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas”. Es hermosa y muy significativa la profundidad gramatical de esa sencilla DECLARACIÓN AFIRMATIVA del apóstol, PEEEERO CON LA CONDICIÓN DE ESTAR EN CRISTO, donde incluye los tiempos pasados, presente continuo y futuro; nuestros tiempos. Esta fue la convicción de Pablo, así como sigue siendo la de muchos hoy día. Espero que también sea la suya. Todos tenemos un antes y un después de, incluso el país entero, ruego que su después sea brillante y digno de imitar, como el de Pablo, no como el otro.
DIOS les bendiga ricamente a todos.
Douglas Colina
Médico, catedrático y escritor