Pedirle a Dios ahora que intervenga con su poder sobrenatural sobre esta afectación climática, sin antes reconocer nuestra propia culpa y sintiéndonos víctimas de las circunstancias, es una soberana insensatez

(Carlos Sánchez – CCM Venezuela).-
En medio del caos nacional que a diario muestra los interminables desacuerdos en la opinión pública, con las infaltables contiendas políticas, acumulando, además, un alto desajuste social, moral y económico. Que, entre otras lamentaciones, ha fomentado el éxodo masivo de venezolanos a otros países próximos al nuestro; y más recientemente, hacia los Estados Unidos. Se suma un particular y alarmante período de lluvias, que por supuesto es el resultado de un ciclo natural atmosférico. Somos un país con dos estaciones; verano e invierno. Es natural y necesario que entonces pasemos un tiempo bajo las lluvias y otro en sequedad.
Las estaciones atmosféricas siempre han estado ahí, justo para equilibrar la vida en el planeta. Quienes aceptamos la biodiversidad como una creación divina, conocemos de su valor y utilidad, por lo cual promovemos la defensa de la vida en la tierra que se nos confió por heredad. Personalmente tengo a Venezuela como huerto propio y habitación temporal. Cada ciudadano en el mundo debería considerar en esos mismos términos, la nación en la que el Creador le permitió desarrollar una vida cónsona con su medio ambiente. Sería yo un desagradecido si contribuyera irresponsablemente con la destrucción de mi huerto particular.
Es un hecho probado que las tormentas se crean cuando un centro de baja presión desarrolla contacto con un sistema de alta presión que lo rodea. Esta combinación de fuerzas de temperaturas opuestas logra crear vientos en la formación de nubes de tormenta.
Las precipitaciones u ondas tropicales anunciadas para Venezuela durante este período de lluvias; todas ellas con tempestad, ráfagas de fuertes vientos, casi que huracanados y acompañados de descargas eléctricas, nos han traído serías consecuencias, con daños materiales y pérdidas de vidas útiles.
A esto algunos sentencian: – ¡Dios está enojado con Venezuela!, y ha traído toda esta calamidad como castigo, por causa de tanta rebeldía por doquier.
Y sí, puede ser que Dios no esté muy contento con casi toda la humanidad. No solo con los venezolanos.
En su paternidad, Dios no encubre nuestras faltas y no da por inocente al culpable. Pero no olvidemos que la raza humana está bajo dispensación, gracias al sacrificio de Cristo en la cruz. Esperando que, al reconocer este acto glorioso, en gratitud, todos reconsideremos nuestro comportamiento ante el prójimo y el medio ambiente.
Los gases de efecto invernadero, que entendemos como un fenómeno natural y beneficioso para la vida en la tierra. Permiten que estas sustancias presentes en la atmósfera terrestre retengan parte de la radiación térmica emitida por la superficie del planeta, tras ser calentado por la energía solar, manteniendo la temperatura ambiente a un nivel adecuado para sostenibilidad de todos los seres vivos.
Por tanto, la quema de combustible fósiles, la deforestación de bosques y selvas, la altísima producción y acumulación incontrolada de desechos no biodegradables, y la construcción de viviendas en espacios no convenientes y/o acondicionados para fines urbanísticos, nos conduce inevitablemente al caos.
No exageraba Jesús al predecir que esto sería irremediablemente así. El hombre destruyéndose a sí mismo, en su afán por tener dominio.
Pedirle a Dios ahora que intervenga con su poder sobrenatural sobre esta afectación climática, sin antes reconocer nuestra propia culpa y sintiéndonos víctimas de las circunstancias, es una soberana insensatez. Solo el arrepentimiento trae el refrigerio y la restauración de Dios.
La convocatoria multireligiosa a orar, evidencia el estado de angustia generalizado y la dependencia a la voluntad de Dios. Pero hay que orar pidiendo como conviene. Porque, ¿qué haremos después que pase la tormenta, seguir de espaldas al Dios al que decimos amar?
Bendiciones. Paz de Dios.◄