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Tres pasos hacia la salvación, Liliana González de Benítez

La vida abundante a la que se refiere Jesucristo inicia desde el mismo momento en que lo recibimos como nuestro Señor y Salvador

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Tres cosas seguras hay en la vida. La primera, es que nos vamos a morir. Los días del ser humano son limitados y breves; todos tenemos una fecha señalada para que el espíritu salga del contenedor llamado cuerpo y vaya a otra dimensión. La segunda, es que de este mundo no nos vamos a llevar absolutamente nada, ni la colección de zapatos, ni los relojes de marca, tampoco la casa o el yate que hemos presumido. Y la tercera, es que mientras estemos vivos tenemos la gran oportunidad de elegir adónde vamos a ir el día en que nos toque partir: A una eternidad con Dios o a una eternidad sin Él.
Tristemente, consumimos la fugacidad de la vida ocupados en lo efímero, con motivaciones egoístas, ambicionando riquezas, fama y poder. “Vanidad de vanidades…  todo es vanidad” exclamó Salomón” (Eclesiastés 1:2).
La vida pasa, solo Dios es para siempre y su Palabra es eterna. Jesús dijo: “El cielo y la tierra pasarán, mas mi palabra no pasará” (Mateo 24:35), y nos hizo una promesa en Juan 10:10 “… yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. ¿Cómo puede ser posible que, si nos vamos a morir, Jesús nos promete una vida abundante?
La vida abundante a la que se refiere Jesucristo inicia desde el mismo momento en que lo recibimos como nuestro Señor y Salvador. Se trata de una relación de amor y amistad que perdura eternamente. Él la define así: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).
Vinimos al mundo por una razón y con una misión: relacionarnos con Dios y cumplir su propósito en nuestra vida.
¿Qué debes hacer para relacionarte íntimamente con Dios y consumar su plan?
Primero, arrepiéntete de tus pecados para obtener Su perdón.
Segundo, cree en Jesucristo, el Hijo de Dios, quien vino al mundo hecho hombre para darnos salvación mediante su muerte y resurrección.
Tercero, decide con determinación y firmeza seguir a Jesús y obedecer sus estatutos desde ahora y para siempre.
Si no has entregado tu vida a Cristo o necesitas reconciliarte con Él, haz esta oración:
“Padre celestial, yo reconozco que soy un pecador y que mi pecado me separa de ti. Creo que Jesús murió por mí en la cruz y que Dios lo resucitó de entre los muertos. Me arrepiento de mis pecados y confieso a Jesús como mi Señor y Salvador. Amado Espíritu Santo ven a morar en mi corazón, hazme una nueva persona. Gracias, porque sé que el día en que muera al abrir mis ojos estaré en tus brazos”.

Liliana González de Benítez
Periodista y autora
lili15daymar@hotmail.com

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