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Un lugar para la Biblia

(Modesto Rivero González – Médico y escritor).-

Como mucha gente sabe, la Biblia es un Libro escrito por hagiógrafos bajo la inspiración del Espíritu Santo. Como tal es verdad (Juan 17:17) y «útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia; a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2ª Timoteo 3:16s). Es algo que necesitamos con suprema urgencia en la sociedad de nuestros días, como lo ha sido siempre. Lo digo por experiencia propia, porque la Biblia me ha sido de una gran ayuda desde que reconocí y acepté a Jesucristo como mi Señor y Salvador y pude contar con la ayuda del Espíritu Santo para su debido aprovechamiento, en lo personal, familiar, profesional, político y social.
Lamentablemente, para muchos la Biblia es un libro religioso, y eso no es verdad. La Biblia es una fuente inagotable de grandes y profundas enseñanzas para la vida diaria, un Libro de historia, revelación, oraciones, relatos, consejos, discursos, enseñanzas, en prosa y poesía inigualables. Realmente, es una joya literaria. Yo pienso que debe darse como asignatura obligatoria desde la Educación Primaria hasta la Universidad en todas las Escuelas; pero hoy pienso especialmente en las de Derecho, donde se forman Profesionales que van a tener una acción muy directa y tremendamente importante en algo tan riguroso como la administración de justicia.
En cuanto a los Magistrados, encontramos las siguientes enseñanzas en la Epístola a los Romanos 13:3-4: «Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo… Porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, porque es servidor de Dios, vengador para castigar al malo». En el libro de Proverbios: 17:13 y 26, leemos: «El que justifica al impío, y el que condena al justo, ambos son abominación a Jehová. (…) Ciertamente, no es bueno condenar al justo, ni herir a los nobles que hacen lo recto». Esto es de tanta importancia para el proverbista y debería serlo para todos nosotros, que en el 18:5 dice: «Tener respeto a la persona del  impío, para pervertir el derecho del justo, no es bueno».
Se trata de aplicar la justicia rectamente, para lo que se requiere, en primer lugar, una buena conciencia. La conciencia es una buena consejera cuando se está en comunión con Dios, por medio del Espíritu Santo, cuya justicia nadie puede poner en duda y en esto, precisamente, la Biblia es nuestra mejor guía. Por eso dice el salmista: «Bendeciré a Jehová que me aconseja; aun en las noche me enseña mi conciencia» (Salmos 16:7), y en su Carta a Tito, Pablo dice: «Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidos». Una buena conciencia no se vende ni se acoge o se amolda a intereses particulares, sino actúa solamente apegado a lo que considera justo.
Entiendo que para ayudar a una buena conciencia se hacen leyes, y aquella y éstas, bien armonizadas, evitarán incurrir en lo que decía en mi artículo anterior al referirme a Pilato, cuando condenó a Jesús a ser crucificado, porque así lo pidió la multitud incitada por sacerdotes y ancianos de Israel, aunque a Él mismo le pareció una sentencia injusta. Y no está de más recordar las palabras de Jesús: «Con la misma medida con que medís, os volverán a medir» (Lucas 6:328b).
Conciencia y leyes son, pues, dos parámetros con los que cuentan los Magistrados para el autoanálisis de sus acciones y darse cuenta si han cometido algún sesgo o injusticia en perjuicio de alguna persona, debiendo tener presente que «es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo» (2ª Corintios 5:10). Y «Dios no tendrá por inocente al culpable» (Nahúm 1:3). ¡SEA DIOS GLORIFICADO!

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