(Héctor Márquez – Psicólogo Clínico y Teólogo).-
Job fue un hombre inmensamente rico que vivió alrededor del año 1800 a.C. en Uz, ciudad ubicada al este de Palestina. Su historia es bastante singular pues, el multimillonario Job, quedó reducido, en forma repentina e involuntaria, a una extrema pobreza. Cuatro acontecimientos catastróficos le hicieron perder todas sus pertenencias materiales. Dos de las desgracias que le produjeron la ruina fueron producto de ataques que le realizaron grupos nómadas de sabeos, y posteriormente de caldeos, dedicados a delinquir. Las otras dos tragedias fueron un terrible incendio y un huracán. Además de quedar en bancarota, Job vio morir a todos sus hijos en estos incidentes. Y por si esto fuera poco, días más tarde Job se enfermó de una fuerte escabiosis (sarna). Y todo esto le ocurrió en sólo unos días, que fueron suficientes para dejarle muchos otros días de dolor.
Puedo imaginar a Job una semana antes de sus tragedias, en sus días buenos, sonriendo constantemente por lo bien que le trataba la vida; viendo multiplicar su ganado, caminando orgullosamente por sus bastas tierras, viviendo momentos inolvidables con su familia y disfrutando su fortuna. Lo imagino suspirar gustosamente y decir «¡qué buena vida me ha tocado vivir!» Nunca pudo él sospechar que su vida cambiaría tan drásticamente en sólo unos días. Es la vida, es el destino de los seres humanos, tener buenos y también malos días.
Aunque difícilmente alguien puede tener una experiencia similar a la de Job, debemos ser conscientes que somos tan vulnerables como lo fue él. Es por esto que la filosofía del romanticismo, expuesta, entre otros, por Schopenhauer, ve en el destino el azar determinante del hombre, una voluntad de vida inserta en su naturaleza dolorosa.
Es notorio, los seres humanos contamos con días buenos y con muchos días difíciles. El sabio rey Salomón afirmó que no importa cuán ocupados estemos; no importa cuál sea nuestro status social; cuán inteligentes seamos; cuán recios nos mostremos ante las dificultades de la vida; o cuán agradables podemos resultar a otros, a todos los seres humanos, sin excepción, nos llegan buenos y malos tiempos. Es una premisa de vida para la cual nadie se prepara pues ninguna persona normal desea tener días malos. Sin embargo, los días difíciles y su prolongación son tan posibles como el día de nacer o de morir. Víktor Frankl creía algo con lo que estoy de acuerdo. Él señalaba que la vida no sólo la explica el amor y la alegría, sino también el sufrimiento y la muerte.
Pero también tenemos días buenos; son esos días en que casi todo nos sale bien. Y es que la satisfacción personal en ocasiones está marcada por lo que esperamos que suceda en un solo día: una respuesta, una llamada, un abrazo, la obtención de un logro, y cualquier otra cosa que nos cause complacencia. ¡Gracias a Dios que esos días también existen pues ellos tienen la particularidad de estimular en nosotros las ganas de vivir!
No existe fórmula humana que haga posible el control absoluto de las circunstancias, en otras palabras, nosotros no tenemos poder para hacer que las cosas siempre ocurran como queremos. Esto es así porque no poseemos la capacidad para dominar la voluntad de las personas, no tenemos dominio sobre la naturaleza, no estamos en todas partes al mismo tiempo, no conocemos el futuro y con frecuencia nos equivocamos respecto a las actitudes y decisiones que debemos asumir ante las diferentes situaciones que se nos presentan a lo largo de nuestra vida. Dios es el único que tiene control sobre la vida, la muerte y todo lo que nos rodea. Todos los demás debemos conformarnos con hacerle frente a aquellas cosas que no podemos cambiar.
Esto no implica una actitud pasiva ante los acontecimientos, ni la extrema y depresiva idea de que haga lo que haga no podré evitar malos resultados. Lo que sugiero más bien es el reconocimiento de nuestra multitud de limitaciones y la necesidad de asimilar con el mejor ánimo posible aquellas cosas cuyas apariciones o cambios no dependen de nosotros.
Cada día nos puede traer una experiencia nueva, un reto único para el cual podríamos estar o no preparados. En todo caso, le invito a guardar en su corazón estas palabras del Libro inspirado de arriba: «Sean mi protección la integridad y la rectitud porque en ti he puesto mi esperanza» (Salmo 25:21).
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