(Liliana Daymar González – Periodista).-
Muchísimas personas están encadenadas a enfermedades, ruina, catástrofes y muerte. Lo más terrible es que ellas mismas se ataron o fueron atadas por sus familiares. ¿Cómo ocurre esto?
Debes saber que atamos y desatamos a los otros y, a nosotros mismos, con las palabras. Toda palabra que sale de nuestra boca tiene poder para bendecir y/o maldecir. Hablar al descuido es una falta de responsabilidad mayúscula, porque «la muerte y vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos» (Proverbios 18:21). Nos alimentamos espiritualmente de cada vocablo que sale de nuestra boca, nos saciamos del producto de nuestros labios. ¡Lo que decimos es lo que obtenemos! Cuidado, no hables sin pensar, pues tu boca tiene un rol determinante en tu porvenir y en el de los que amas.
Algunas personas están acostumbradas a hablar de sus achaques y enfermedades, se quejan continuamente de cualquier cosa, por eso no salen de un problema para entrar en otro. Se enlazan con las palabras de su boca, y quedan presas en los dichos de sus labios (Proverbios 6:2).
Es muy común que los padres, sin saber, maldigan a sus hijos y sentencien su futuro. Permíteme darte un ejemplo: Hace poco mi hermano y su esposa perdieron a su bebé que estaba en gestación. Según los médicos el feto murió súbitamente. Al transcurrir los días, mi cuñada recibió la desafortunada noticia de que la esposa de su hermano había abortado a sus gemelos y, en ese momento, se acordó de que su hermana el año anterior también tuvo una pérdida. Al meditar profundamente, mi cuñada recordó que su madre no estuvo de acuerdo con el embarazo de su hermana por lo que declaró que sus hijos no deberían seguir procreando. Sin querer esta madre maldijo la descendencia de todos sus hijos.
Proverbios 26: 2 dice: «Como gorrión en su vagar, y como golondrina en su vuelo, así la maldición nunca vendrá sin causa».
Un pasaje bíblico que confirma que las palabras son decretos establecidos en el plano espiritual y que se cumplen cabalmente (a menos que se desaten), es Génesis 31. Allí leemos que Jacob huyó de la casa de su suegro Labán, y que su esposa Raquel hurtó los ídolos de su padre. Cuando Labán los alcanzó le dijo a Jacob: «Y ya que te ibas… ¿por qué me hurtaste mis dioses? Respondió Jacob y dijo a Labán: …Aquel en cuyo poder hallares tus dioses, no viva… Jacob no sabía que Raquel los había hurtado» (Génesis 31:30). Con aquellas palabras Jacob ató a su esposa a la muerte. ¡La maldición se cumplió! Su amada murió prematuramente dando a luz. Todo lo que atemos con las palabras en la tierra (mundo natural), será atado en el cielo (mundo espiritual) (Mateo 18:18).
Maldecir es hablar mal. 1ª Pedro 3:10 dice: «El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal». Elimina de tu boca el lenguaje pesimista, no hables de enfermedad, fracaso, pobreza ni muerte. Exprésate bien de ti, de los tuyos y de tu nación para que vivas en bendición.
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