(Liliana Daymar González – Periodista).-
¿Has sentido que se te acaba la fe? Los problemas y los afanes cotidianos extinguen la fe del creyente. Demas fue un discípulo de Pablo comprometido con el evangelio de Cristo, llegó a ser su colaborador y compañero de sus viajes y prisiones, pero tristemente en una de sus cartas, el apóstol escribió: «Demas me ha desamparado, amando este mundo» (2ª Timoteo 4:10). No sabemos las razones por las que abandonó su llamado, lo cierto es que sus prioridades cambiaron. Dios dejó de ocupar el primer lugar en su vida, tal vez sin proponérselo ni darse cuenta, cayó en las trampas y en los engaños de este mundo.
A menudo a muchos de nosotros nos pasa como a Demas, pensamos que la vida es demasiado complicada o exigente. Hay tantas cosas en las que ocuparnos que descuidamos nuestro devocional, dejamos de orar, de servir al Señor y apagamos nuestra fe.
Si no nos sostenernos de la Roca (Cristo) llevaremos vidas derrotadas. El pesimismo, el desgano y el temor ministran nuestras mentes. No hablaremos palabras de vida sino de muerte, enfermedad y pobreza e inevitablemente eso lo atraeremos. «La muerte y la vida están el poder de la lengua» (Proverbios 18:21).
Es apremiante tener la mente de Cristo y los pensamientos de su corazón (1ª Corintios 2:16), únicamente abasteciéndonos de su Palabra lograremos el éxito en todas las cosas.
Jesús jamás dijo que si creíamos en Él se acabarían nuestras dificultades, por el contrario, declaró: «En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo» (Juan 16:33).
Dios nos pide que nos animemos en medio de cualquier circunstancia, porque las preocupaciones apagan su Palabra y el miedo enfría la fe. Si meditamos continuamente en crisis, problemas, enfermedades, y toda clase de temores, nuestros días acabaran llenos de aflicción.
¿Pero cómo podemos estar alegres con tantos problemas y cosas en las que ocuparnos? La crisis inflacionaria, la inseguridad, el pago de los servicios (luz, agua, gas, condominio), la comida, el trabajo, los niños, la casa, los temores: ¿Y si pierdo el empleo?, ¿y si me cierran la empresa?, ¿y si me voy del país… pero adónde?…
Dios nos pide que no nos angustiarnos por nada; sólo que oremos por todo. Porque los pensamientos que Él tiene para con nosotros son planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darnos un futuro y una esperanza (Jeremías 29:11).
No permitas que los problemas enfríen tu fe en la Palabra de Dios. El fuego del Espíritu Santo derrite una fe congelada. Lo único que puede mantenerte fortalecido es creer: «Si ustedes permanecen en mí (confían) y mis palabras en ustedes (las oyen, leen, meditan, declaran y obedecen), pidan lo que quieran y se les concederá» (Juan 15:7).
Dios nos está diciendo que el tiempo que malgastamos en mortificarnos lo invirtamos en buscarlo en oración y ruego, presentando nuestras peticiones con acciones de gracias. Cuando iniciamos nuestra vida devocional y vivimos pegados a Cristo y a su Palabra, la paz que no tiene sentido que tengamos, cubrirá nuestros corazones y mentes en Cristo Jesús (Filipenses 4:6-7).
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